Yo fui, lo que
se dice, un niño prodigio. Aprendí a leer a los cuatro años, y las
operaciones matemáticas elementales a la vez. Tuve una gran ventaja,
mamá era profesora y nos tenía un gran cariño y una paciencia del mismo
tamaño.
Pero
además de adquirir esas habilidades, digamos que normales, debo
mencionar que desde pequeño yo recuerdo que me gustaba delatar a mis
compañeros de juego, a mis amigos, a mis condiscípulos. Y eso era para
mí, prodigioso.
Siempre
estuve atento a los detalles, escuchaba las conversaciones, leía las
cartas que dejaban a mi alcance, descuidadamente, las personas. Con eso
construía escenarios lógicos y creíbles.
Delatar
era algo que iba más allá de mi control. Mamá me aconsejaba que no
actuara así, igual mis profesores, pero sus consejos nunca me
convencieron del todo y solo postergaban mi comportamiento. Ahora que
soy biólogo he llegado a sospechar que tengo el gen de la delación.
Muchos me decían “acuseta” y yo, no les hacía caso y, justificaba mis
acciones diciéndome que yo acusaba a mis amigos para que sean mejores y
para que sus padres o maestros les pudieran ayudar. Delatar era mi
ejercicio cotidiano en clase, en mi barrio, en mi familia. Con lo que me
gané a pulso la antipatía de mis coetáneos. Cuando pasó el tiempo, me
endilgaron un adjetivo más agresivo: soplón. Después lo adopté como un
grado más de evolución en mi carrera.
Además
yo leía y leía. Digamos que era una rara avis en mi entorno. Y me
encantaba analizar personajes que la historia calificaba de siniestros
pero que tenían su lugar como (digamos irónicamente como unos felinos,
es decir como unos) gatillos. Uno de mis referentes era, para el espanto
de todos ustedes, Judas Iscariote. Y concluí que en la venta de
información por la presa máxima, Jesús, se le pagó mucho. Los
negociadores se desesperaron y ofrecieron mucho. Claro en esos tiempos
el marketing estaba en pañales, pero Judas, si hubiera analizado muy
bien la ocasión, debió haber hecho el trabajo gratis o por un precio
simbólico (tal como lo hubiera hecho cualquiera que previera el
potencial de los acontecimientos. Pero, por favor, que no se me
malinterprete. Yo soy católico, solamente estoy analizando fríamente una
transacción que estaba súper pagada con la publicidad que te daba solo
el realizarla) porque el mayor pago que recibió Judas, no fueron las
monedas, no; Judas llegó a estar en las vidrieras y pasó a la
posteridad, como uno de los mayores facilitadores de información del
mundo. La fama que le dicen y la que, fatalmente, no aprovechó. Se
desesperó y la desesperación es mala consejera en transacciones
importantes.
Yo
quería dedicarme a vender información y para mi tranquilidad, me enteré
que los soplones profesionales pertenecen a los organismos de
inteligencia del estado y de las empresas privadas. Incluso hay escuelas
superiores de Inteligencia sobretodo en organismos castrenses. Me hice
militar, ingresé a una de estas escuelas y quedé gratamente sorprendido
de la sistematización científica de la actividad para lo que yo sentía
que había nacido. No le pudieron poner mejor nombre a nuestro quehacer.
Definitivamente, somos los inteligentes del barrio.
Ahora,
es el momento de la Inteligencia, el manejo de la información es vital,
con ello te anticipas a los conflictos, te enteras de los planes de la
competencia, obtienes bases de datos con cartera de clientes, obtienes
un listado de los clientes malos pagadores, te enteras de la vida y
milagros de las personas, incluso te sirve para chantajear, controlar a
tus enemigos, fabricar guerras. Nuestra profesión está involucrada en
las asonadas, los golpes de estado, en los magnicidios, en los
atentados, en el manejo de la opinión pública, en la asesoría de los
candidatos a elecciones públicas, en los delitos, en los crímenes, en la
empresa, en los sindicatos, en los clubes, en las asociaciones, en los
boicots, en la iglesia, en los ministerios, en el gobierno. Usamos todas
las artes posibles: grabaciones, minicámaras, fotos, videos, mujeres
que actúen como carnadas. Intervenimos teléfonos fijos y móviles,
correos electrónicos, computadoras, escritorios, habitaciones, hoteles,
restaurantes, karaokes.
Y,
por si no lo sabían, hay un morbo que está extendido entre los
gerentes, desean saber hasta el mínimo detalle de la vida y pasión de
sus trabajadores. Por ejemplo hace poco un gerente me contrató para que
siga a sus empleados a un karaoke y quería que le consiga información
grabada y filmada de quienes fueron, como llegaron, solos o juntos, que
tipo de canciones cantaron, quienes cantaron y si cantaron bien o no,
cuanto consumieron, hasta que horas se quedaron y al salir como se
fueron, quienes con quienes se acompañaron. Y por supuesto que me
averigüe que es lo que hablaron. Yo no sé para que le sirva esta
información pero se me ocurre que es para variar sus motivos de
masturbación.
Hoy
el mundo exige saber que hacen las esposas cuando están solas, que
vicios tienen las personas, que le gusta a la gente. Esto tiene un
nombre más elegante se llama estudio de mercado. Nosotros también damos
esa información.
Y
mi autoestima se proyectó a la estratósfera cuando me contrataron para
laborar como “soplón” (ahora hasta me burlo de esta palabrita) en un
organismo de Inteligencia estatal. Habiendo nacido para esto y con la
pasión que dedico a mi actividad, era lo justo. Hasta que llegué a la
luz al final del túnel. Ahora pertenezco a esa élite de superdotados de
materia gris a los que se les paga por su cerebro.
Así
que, profesores, padres de familia, si su hijo, si su alumno, da
muestra innatas de ser “acuseta”, soplón, cultívenlo. No lo castiguen,
traten de aconsejarlo hasta cierto límite pero si detectan en el niño un
rumbo visceral para ser soplón, no le corten esa sublime vocación. No
seamos hipócritas, ellos van a constituir las canteras de la
Inteligencia que reemplazarán a los que nos vamos obligados por el
tiempo. Esos niños son los que tomarán la posta de aquellos soplones que
están por retirarse y que dieron su vida por la sagrada tarea de elevar
el chisme casero, de callejón, de mercadillo a los altares de la
intelectualidad.
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