lunes, 21 de abril de 2014

CUENTO CORTO "RED CARD" DEL BLOGGER ALFREDO GUERRÓN

Disculpe señor pero no puedo aceptarle este billete. Daniel se desconcertó, estaba con la bolsa de víveres en la caja del súper mercado y le había tocado el turno de pagar. Tomó el billete de 100 soles que le había devuelto la señorita que atendía en la tienda y dejó la bolsa a un lado. Tomó el billete que le alcanzó la cajera, lo miró bien, lo revisó otra vez a trasluz, lo movió en un ángulo para ver el cambio de color y no vió nada raro. Insistió cortésmente y le dijo, señorita, pero si yo no le veo nada raro a mi billete. Pero la señorita ni siquiera se tomó la molestia de revisarlo de nuevo, simplemente le dijo, lo siento mucho, no puedo aceptarle este billete. Entonces Daniel se retiró y no pudo llevar los víveres que deseaba adquirir, se quedó con las ganas de ese paté con champiñones que le habían recomendado. Salió hacia su auto y se encaminó a su departamento, durante el recorrido se olvidó del incidente. Llegó, subió por el ascensor y en el tiempo fijado estuvo en el piso 14, su piso. Entró, estaba muy cansado y se sirvió un vaso de yogurt de durazno helado. Se sentó en la sala y encendió su Televisor de 42 pulgadas. Miró por la ventana y se sintió dueño de Lima, una vista impresionante dominaba su propiedad porque felizmente, solo se veían lugares decentes y no suburbios huachafos. Entonces pensó que sí se podía comprar trozos de felicidad, y que siendo muy caros, felizmente podía pagarlos. Seleccionó un canal de cable que susurraba música instrumental y resopló. Puta madre, donde mierda me habrán dado ese billete falso. Eso me pasa por no tener la costumbre de usar dinero de plástico. Se quedó dormido un rato en su sillón reclinable que invitaba al descanso por su mullidez y temperatura. Luego de dos horas se levantó, apagó su televisor y se fue a su cama. Se echó con su ropa puesta. Era soltero, tenía un gran trabajo, era Gerente de una compañía transnacional y su sueldo le permitía un departamento de lujo frente a un club de golf. Compartía su condominio con un gay famoso, con una diva de la televisión peruana en decadencia o con una diva en decadencia de la televisión peruana, con algunos políticos de lo peor (no hay de los otros), con varios empresarios de alcurnia y otros silvestres nomás.
Al día siguiente fue a desayunar al café de costumbre. Pidió un desayuno continental y un periódico en inglés. Después pagó con un billete de 200 soles y el mozo regresó y le dijo, Don Daniel lo sentimos pero este billete no pasa, es falso. ¿Qué? ¿Es falso? ¡No puede ser¡ ¿Lo han revisado bien? Sí Don Daniel, es falso. Pero no se preocupe, usted es nuestro cliente y nos puede firmar un vale y nos paga después. Más bien con una tarjeta de crédito se solucionaría el problema rápidamente. Pero Daniel le explicó, sabe, yo no uso tarjeta de crédito. El mozo no le creyó. Salió rumbo a su trabajo, encaró el tráfico infernal y finalmente llegó. La rutina de siempre. Su secretaria le entregó la agenda del día. Él le había pedido a Laura que no luzca escotes porque los espíritus demoníacos lascivos invadían su oficina y no lo dejaban concentrarse. Toda la oficina se empapelaba de tetas y así no se podía trabajar. Lo más importante era que tenía una reunión con unos empresarios españoles que estaban interesados en comprar la compañía. Media hora después el contador estaba exponiendo en la pizarra electrónica la evolución financiera de la empresa. Y los resultados eran bastante halagüeños. Los empresarios de shopping fingieron no estar impresionados (para no elevar las pretensiones de los vendedores) pero sonreían. Salieron a celebrar al restaurante de la playa que estaba en un espigón y permitía un olor salado. Por la tarde pidió permiso para irse a su casa a descansar porque se sentía con malestares musculares. Bajó al estacionamiento, subió a su auto y antes de pisar el acelerador, prendió la luz interior, sacó su billetera y revisó sus billetes, uno por uno, los olió, los jaló, los acarició con las yemas de los dedos para sentir la textura del dinero y se los pasó por las mejillas, para concluir, es dinero. Guardó sus billetes y emprendió la huida hacia su casa. En el camino se cruzó con un niño pobre de esos que esperan en los semáforos y limpian los parabrisas de los autos que se detienen. El niño con señas le avisó que iba a limpiarle el parabrisas de su auto, y Daniel desesperadamente le dijo que no (su auto era un BMW y temía que en vez de limpiarlo, el mozalbete, le raye el parabrisas), le avisó que se detenga y le alcanzó una moneda de 5 soles como propina. El niño agradeció. Acabó la luz de burdel e inició la senda. Pero, por una corazonada, avanzó unos 50 metros y se quedó mirando la escena por el espejo retrovisor. Entonces, vió que el niño pasó de la alegría a la preocupación, revisó con acuciosidad la moneda, llamó a otros niños de la calle, revisaron la moneda y se comenzaron a burlar. Era falsa. El niño miró hacia adelante y Daniel comenzó a acelerar. Por si acaso el niño mostró al conductor la mano derecha con el dedo mayor en posición vertical y los demás dedos cerrados y espetó el conchetumadre de rigor.
Daniel pensó, por la puta madre, y se preguntó, y ¿todo lo que he reunido de dinero en estos últimos años? y ¿qué de mis esfuerzos, de mis privaciones, de mis calificaciones, de mis ascensos, de mis triunfos? Todo mi dinero lo guardo en mi casa. Y ¿si alguien lo descubrió y poco a poco lo está cambiando por dinero falso?

Debí no creer en nada y creer en los bancos. 
Pensó y  una sonrisa negra se dibujó en su rostro, qué increíble, definitivamente no creer en nada es creer en los bancos.
Yo soy un hombre de este siglo y nunca me decidí a usar dinero plástico. Puta, en que lío me he metido.
La vida me ha estafado.
¿Quién me está desterrando, quién me condena a esta diáspora?
Debía tomar una decisión.
O el dinero o la familia, o la plata o los amigos, o el vil metal o los mejores recuerdos, o el sucio dinero o sus valores.
Y entonces se deslumbró, mandó todo a la mierda, fue a su departamento, no se despidió de nadie, cargó con todo el dinero que pudo en su auto e inició el éxodo a otra tierra para sacar adelante esa vocación escondida y que siempre tuvo, la de ser profeta.

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