domingo, 22 de enero de 2012

CUENTO CORTO: PARA LUSTRARTE MEJOR (AUTOR:ALFREDO GUERRÓN)


Siempre me gustaba salir a trabajar con la camisita limpia, era la del colegio. Pero esta vez se estaba acabando el jabón, mamá había decidido que primero era asearse y mejor era lavarme la cara. Mis clientes sí iban a disculparme la camisa un tanto sucia pero creo que no, la cara. Mamita me despertó para desayunar, estábamos de vacaciones y se acercaba Navidad. Les digo de paso que para mí, mi mamá es exactamente el amor de Dios, ni más ni menos. De mi papá nunca les voy a hablar porque cuando lo recuerdo me pongo muy triste y se me hace un nudo en la garganta, sólo tengo los peores recuerdos de él y más vale olvidarlo para siempre.
Cuando nos reencontramos con mi mamá en la noche ella me hace cariños, me pasa sus manitas por mis mejillas y me dice que me quiere y eso es lo que más me alegra el corazón y hace que recuerde que quiero convertirme en el mejor lustrador de zapatos del mundo para comprarle una casita a ella que se lo merece.
Antes de salir me alcanzó un tecito que sabía a todo el amor del mundo y un pancito de ayer. Luego ella dejó a mis hermanos menores en el "huahua" y se fue a lavar ropa . Yo soy el hijo mayor, ya voy a cumplir 8 años. Mamá me dijo, anda hijito a ver si conseguimos algo de platita. Y salí con mi cajita de lustrar zapatos, que a esa hora no me pesaba nada. Me subí a un ómnibus y le rogué al cobrador que me aceptara la única riqueza de que disponía en ese instante, 20 céntimos. Dios le tocó el corazón y así pude llegar a mi destino, el centro de Lima.
Me bajé en la avenida Abancay y le ofrecí a Diosito mi trabajo del día, como me había enseñado mi mamá. Me acerqué a una pared y revisé mis materiales, la caja de lustrar estaba buena, los betunes ya estaban por acabarse, el trapo estaba bueno, el tinte estaba a medio terminar, pero lo que sí me entristecía era la escobilla que estaba raída y parecía muy viejita. Pensé que no debía perder tiempo y trabajar lo más pronto posible porque en los siguientes días tendría que hacer gastos extras para reemplazar mi material y a lo mejor no quedaba nada para ayudar a mi mamita.
Fui a la salida de un banco y un caballero aceptó mi pedido de embellecer sus zapatos. A mí me gustaba lustrar, transformar unos zapatos sucios en el orgullo de cada quien. El cambio era espectacular. Los señores se acercaban a mí un tanto avergonzados por sus zapatos sucios y luego los veía alejarse felices y yo, modestamente, había contribuido con mi granito de betún a esa alegría. Empecé con el caballero, el primero de la jornada, lustrando, primero para sacar la tierra y veía a mi escobilla gastadita y me daba pena y pensaba que fuera que alguien me regalara una nueva. Luego embadurnaba con betún primero un zapato y luego el otro y finalmente sacaba brillo nuevamente con la escobilla que cada vez me entristecía más. Para el final reservaba la maniobra que me habían enseñado los capos, que decían que el secreto de una buena lustrada era finalmente hacerles cosquillas a los zapatos con el trapo de franela y que se rieran dejando escuchar el "chuic,chuic,chuic". El señor me dió un sol en vez de 50 céntimos y miré hacia el cielo y agradecí a mi diosito de siempre. La mañana pintaba bien. Seguí caminando por el jirón Carabaya y el olor a comida me distraía y me decía ojalá que consiga algo más para la comidita de mi madre porque la veo cada vez más flaquita y tengo miedo de que le pase algo. La gente entraba y salía de las tiendas, compraban lindos regalos, se acercaba Navidad.
De pronto una dama, con dos casi jóvenes, me pidió el servicio. Que suerte que habían salido con zapatos. Han de saber que la abundancia de zapatillas está a punto de arruinar mi sueño de convertirme en el mejor lustrador de zapatos del mundo y ha hecho que mi horario se haya extendido. Ahora, trabajo de 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde. El que inventó las zapatillas seguro que odiaba a los niños como yo porque nos arrebató poco a poco nuestro trabajo. Decía que les lustré a los dos, casi jóvenes y escuché que le preguntaban a su mamá porque un niño tan menor tiene que trabajar. Pues porque soy responsable, en vez de estar jugando y perdiendo el tiempo, yo ayudo a mi mamita y a mis hermanitos. Que cosa ? No faltaba más. Las medias de los jóvenes eran muy bonitas y me cuidé de no ensuciarlas. Me pagaron y luego me invitaron un jugo de frutas y yo pensaba, quisiera llevármelo a casa para compartir un poquito aunque sea con mi mamá y con mis hermanitos. Pero al final me lo tomé, ya no gastaría en mi almuerzo.
Entré a la Plaza de Armas, mi caja de lustrar ya me pesaba más y me dolía un poquito la espalda y me daba ánimo diciendo para mí, Raulito ya comienzas con tus engreimientos. La Plaza lucía el arbolito y un nacimiento. Y pude lustrar varias veces ( había sido un día muy provechoso ) y cada vez que lustraba, trataba de disimular la vejez de mi escobilla porque sino me daban ganas de llorar. Caminé por el jirón De la Unión y ví los helados, hacía calor, con un sol que me abrasaba y me abrazaba, quería un helado, pero no quise ser egoista, y pasé de largo.
Casi al final del día le ofrecí mi trabajo a otro señor, aceptó y decidí hacer mi obra maestra del día. Me concentré y agradecí a Dios por mi última lustrada del día y por mi linda familia; y lustré como se debe, como me había enseñado mi primo. Al final los zapatos del señor no parecían, eran nuevos, ese milagro lo hacía yo muchas veces. El señor me pagó 2 soles.
Doblé por la avenida Emancipación y entonces le pedí un regalo de Navidad al niño Dios, una escobillita nueva, lo único que te pido diosito. Ya eran las 6 de la tarde y me regresaba a casa, y de pronto ocurrió el milagro, el verdadero. Pasaba cerca de unas bancas del ornato de la avenida y descubrí a un trabajador de la municipalidad que con un rodillo estaba pintando las bancas con pintura marrón y saqué mi escobilla y le pedí que me la pintara. Aceptó mi pedido, tomó mi escobillita y poco a poco y con gran cuidado empezó a pintarla hasta que terminó. Y de pronto, mi escobilla se convirtió en nueva . Tendrían que haberla visto. Les juro que fui muy feliz. Le agradecí y me quedé esperando a que secara la pintura y profundamente agradecido me pregunté...¿ cómo no iba a creer en el niño Dios ?
(alfredo guerrón).

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