domingo, 22 de enero de 2012

CUENTO CORTO: DE INTELIGENCIA SUPERIOR (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)


Yo fui, lo que se dice, un niño prodigio. Aprendí a leer a los cuatro años, y las operaciones matemáticas elementales a la vez. Tuve una gran ventaja, mamá era profesora y nos tenía un gran cariño y una paciencia del mismo tamaño.
Pero además de adquirir esas habilidades, digamos que normales, debo mencionar que desde pequeño yo recuerdo que me gustaba delatar a mis compañeros de juego, a mis amigos, a mis condiscípulos. Y eso era para mí, prodigioso.
Siempre estuve atento a los detalles, escuchaba las conversaciones, leía las cartas que dejaban a mi alcance, descuidadamente, las personas. Con eso construía escenarios lógicos y creíbles.
Delatar era algo que iba más allá de mi control. Mamá me aconsejaba que no actuara así, igual mis profesores, pero sus consejos nunca me convencieron del todo y solo postergaban mi comportamiento. Ahora que soy biólogo he llegado a sospechar que tengo el gen de la delación. Muchos me decían “acuseta” y yo, no les hacía caso y, justificaba mis acciones diciéndome que yo acusaba a mis amigos para que sean mejores y para que sus padres o maestros les pudieran ayudar. Delatar era mi ejercicio cotidiano en clase, en mi barrio, en mi familia. Con lo que me gané a pulso la antipatía de mis coetáneos. Cuando pasó el tiempo, me endilgaron un adjetivo más agresivo: soplón. Después lo adopté como un grado más de evolución en mi carrera.
Además yo leía y leía. Digamos que era una rara avis en mi entorno. Y me encantaba analizar personajes que la historia calificaba de siniestros pero que tenían su lugar como (digamos irónicamente como unos felinos, es decir como unos) gatillos. Uno de mis referentes era, para el espanto de todos ustedes, Judas Iscariote. Y concluí que en la venta de información por la presa máxima, Jesús, se le pagó mucho. Los negociadores se desesperaron y ofrecieron mucho. Claro en esos tiempos el marketing estaba en pañales, pero Judas, si hubiera analizado muy bien la ocasión, debió haber hecho el trabajo gratis o por un precio simbólico (tal como lo hubiera hecho cualquiera que previera el potencial de los acontecimientos. Pero, por favor, que no se me malinterprete. Yo soy católico, solamente estoy analizando fríamente una transacción que estaba súper pagada con la publicidad que te daba solo el realizarla) porque el mayor pago que recibió Judas, no fueron las monedas, no; Judas llegó a estar en las vidrieras y pasó a la posteridad, como uno de los mayores facilitadores de información del mundo. La fama que le dicen y la que, fatalmente, no aprovechó. Se desesperó y la desesperación es mala consejera en transacciones importantes.
Yo quería dedicarme a vender información y para mi tranquilidad, me enteré que los soplones profesionales pertenecen a los organismos de inteligencia del estado y de las empresas privadas. Incluso hay escuelas superiores de Inteligencia sobretodo en organismos castrenses. Me hice militar, ingresé a una de estas escuelas y quedé gratamente sorprendido de la sistematización científica de la actividad para lo que yo sentía que había nacido. No le pudieron poner mejor nombre a nuestro quehacer. Definitivamente, somos los inteligentes del barrio.
Ahora, es el momento de la Inteligencia, el manejo de la información es vital, con ello te anticipas a los conflictos, te enteras de los planes de la competencia, obtienes bases de datos con cartera de clientes, obtienes un listado de los clientes malos pagadores, te enteras de la vida y milagros de las personas, incluso te sirve para chantajear, controlar a tus enemigos, fabricar guerras. Nuestra profesión está involucrada en las asonadas, los golpes de estado, en los magnicidios, en los atentados, en el manejo de la opinión pública, en la asesoría de los candidatos a elecciones públicas, en los delitos, en los crímenes, en la empresa, en los sindicatos, en los clubes, en las asociaciones, en los boicots, en la iglesia, en los ministerios, en el gobierno. Usamos todas las artes posibles: grabaciones, minicámaras, fotos, videos, mujeres que actúen como carnadas. Intervenimos teléfonos fijos y móviles, correos electrónicos, computadoras, escritorios, habitaciones, hoteles, restaurantes, karaokes.
Y, por si no lo sabían, hay un morbo que está extendido entre los gerentes, desean saber hasta el mínimo detalle de la vida y pasión de sus trabajadores. Por ejemplo hace poco un gerente me contrató para que siga a sus empleados a un karaoke y quería que le consiga información grabada y filmada de quienes fueron, como llegaron, solos o juntos, que tipo de canciones cantaron, quienes cantaron y si cantaron bien o no, cuanto consumieron, hasta que horas se quedaron y al salir como se fueron, quienes con quienes se acompañaron. Y por supuesto que me averigüe que es lo que hablaron. Yo no sé para que le sirva esta información pero se me ocurre que es para variar sus motivos de masturbación.
Hoy el mundo exige saber que hacen las esposas cuando están solas, que vicios tienen las personas, que le gusta a la gente. Esto tiene un nombre más elegante se llama estudio de mercado. Nosotros también damos esa información.
Y mi autoestima se proyectó a la estratósfera cuando me contrataron para laborar como “soplón” (ahora hasta me burlo de esta palabrita) en un organismo de Inteligencia estatal. Habiendo nacido para esto y con la pasión que dedico a mi actividad, era lo justo. Hasta que llegué a la luz al final del túnel. Ahora pertenezco a esa élite de superdotados de materia gris a los que se les paga por su cerebro.
Así que, profesores, padres de familia, si su hijo, si su alumno, da muestra innatas de ser “acuseta”, soplón, cultívenlo. No lo castiguen, traten de aconsejarlo hasta cierto límite pero si detectan en el niño un rumbo visceral para ser soplón, no le corten esa sublime vocación. No seamos hipócritas, ellos van a constituir las canteras de la Inteligencia que reemplazarán a los que nos vamos obligados por el tiempo. Esos niños son los que tomarán la posta de aquellos soplones que están por retirarse y que dieron su vida por la sagrada tarea de elevar el chisme casero, de callejón, de mercadillo a los altares de la intelectualidad.

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