domingo, 29 de enero de 2012

CANCIÓN: "MEDIAS NEGRAS" DE J. SABINA. CANTA: ALFREDO.

CANCIÓN " Y NOS DIERON LAS DIEZ" DE JOAQUÍN SABINA. CANTA: ALFREDO.

domingo, 22 de enero de 2012

CUENTO CORTO: BABEL (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)

Anel estaba cantando "hacer el amor con otro" y recordaba que había tenido un día de mierda. En el trabajo se colgó el sistema y retrasó la entrega de los balances por dos horas ante la ansiedad del jefe por tener en sus manos la información requerida. Había estado casi todo el día con un dolor menstrual que la acompañaba casi siempre de la manera más inoportuna. Recordó el consejo de su amiga Sara y se había comprado una arcoxia de 120 miligramos ( le costó 7 soles, puta, un poco cara ) y comprobó que era verdad tanta belleza, esa cápsula era milagrosa. Se la tomó y a los 5 minutos el dolor desapareció para siempre. Y el día se aclaró, dejó a un lado las imprecaciones y se concentró en su trabajo y en Miguel, su amor imposible. Era casado, pero un amante de aquellos. Una vez la había poseído en los baños pero fue suficiente para volverse adicta. Él trabajaba en la sección de al lado pero a veces irrumpía en su sección ( tal vez lo hacía por joder ) y la miraba y ella sentía que la voluntad le abandonaba y que quería proclamarse en ese momento su divina fan, su esclava. Hijo de puta, sabe que me trae muerta. Pero lo disimulaba muy bien. Sudaba frío, pero era fácil echarle la culpa al calor, se ruborizaba por la cantidad de malos pensamientos que se apoderaban de su cabeza y que fácilmente le habrían costado la condena para unos tres infiernos. Y lo dejaba pasar mirándolo sin mover la testa, apenas un subir los ojos hacia la frente y bajarlos rápidamente. Definitivamente Miguel era un hijo de puta adorable. Cerca de las seis, la llamada de Margot apareció espectralmente invitándola a tomar unos tragos y a cantar en el karaoke de siempre. Giuliano había terminado de cantar la canción "Mientes tan bien" ( del dúo Sin Bandera ) y fue aplaudido. Cantaba bien y era justo, pensó. Y maldecía porque la maldita canción recitaba "que te quedaras conmigo una vida entera" y su enamorada acababa de irse a vivir a los Estados Unidos. Puta madre qué voy a hacer, no debí enamorarme. Que tu amor es sólo invierno nunca primavera. Canción de mierda, no la hubiera cantado. Y ahora cómo voy a olvidarla. Se vino del aeropuerto y se sentó sólo, a cantar y tomar una cerveza. Daniela, su enamorada, era una chica no muy linda pero era lindísima. Apenas estuvimos 3 años, pero parecieron tres minutos y ahora no parecían nada. Dios, era el final de los finales, antes ya había terminado con otras chicas, pero Daniela era de las chicas con la que no piensas terminar nunca. Cuando la felicidad era eterna se le apareció una oportunidad a su nena para irse tras el sueño americano. Y como todo lo eterno se acaba... Él sabía que no la iba a seguir. Así que sólo quedaba recordar y olvidar. Veía a los demás cófrades y sabía que cada quien ponía a la mesa esa noche, el final de ese día con todos sus aderezos y los diluían en cerveza o sangría o en "una canción de amor". César estaba con sus amigos que celebraban su onomástico, le habían regalado un cross plateado y una torta. Había terminado hace 1 mes con Lucrecia y en este grupo estaba Rosa, una buena chica de quien le habían dicho no escondía su interés y preguntaba por él. Rosa era muy bonita pero como todo en la vida, lo que tienes al frente no lo deseas. El ánimo predatorio lo cultivas con lo inalcanzable. Lucrecia era la hija de un industrial y él, un trabajador bancario. Contra todos los pronósticos ella lo aceptó pero todos decían que esa relación no duraría. Era totalmente asimétrica, él la adoraba y ella tenía demasiado dinero. César soñaba que se podían casar pero ella tenía otros planes. César nunca fue tan feliz como con Lucrecia. Se volvió poeta, cantante, un quijote de otros tiempos. Y un día el sueño desapareció como la pompa de jabón, como el presente, como los recuerdos antiguos. Lucrecia le comunicó que se iba a casar con un gerente y César se lamentó de su suerte. Y lloró amargamente. Pero se recuperó y continuó adelante. De pronto Rosa cantó "amor eterno", y los amigos que decían, a quién se la habrá dedicado, y carraspeaban. Hicieron un brindis y Rosa lo miraba de una manera especial. Jorge había salido del hotel y dejado a Carla en su paradero. Carla era casada pero eran amantes hace 5 años y se comprendían en el sexo de maravilla. Su relación era puramente carnal y sabían que estaban malditamente condenados al placer cuando podían reunirse sin despertar sospechas en sus respectivos cónyuges. Ese día Carla se había vestido con un pantalón de esos que se tenía que poner con calzador para que quepa todo lo que tenía en su sitio y que era inmenso y tentador. Y la sorpresa se la dió cuando se quitó la ropa y le dijo que la lencería era comestible, como lo leen, co mes ti ble. Era el último invento para saciar el hambre de pecado, un artificio hecho para la condenación, para la profanación , para la perdición y el encuentro. Por supuesto que se la comió literalmente y después recorrió palmo a palmo todas las dunas, los meandros, los desiertos, las llanuras, las cumbres, los oasis, las simas y con los ojos cerrados comprobó que se la sabía de memoria a Carla. Ella se desbordó como la última copa de vino de la noche. Se desintegró para formarse de nuevo varias veces. Lanzó un grito ahogado e impenitente. Sintió la necesidad de infligirle una vez más la marca de posesión y le enterró las uñas en la espalda. Era un ritual despiadado pero era la única manera honorable de corresponder a toda la fantasía del momento, cortesía de Jorge . Y sentían que nunca volverían a ser los mismos a partir de ese instante. Y era verdad, se transformaban en unos poseídos por el demonio del placer y decidían morir en el intento por la obra maestra que acababan de concluir. Era poco, era demasiado, eran apenas unos minutos pero el placer les duraba exactamente hasta el otro encuentro. La dejó en su paradero y luego fue al karaoke para cantar "Lo dudo". Alberto venía de su trabajo, había atendido varios pacientes y escuchado no pocas historias de quejas y frustraciones. Solía venir una vez al mes a sentarse y cenar. Escuchaba a los cantantes y antes de irse pedía unas canciones de Sabina, y pensaba que Sabina no debía morirse nunca sino ¿ quien iba a componer a la perfección otras canciones ?, ¿ quien iba a asombrar al mundo otra vez con sus trovas ?. Cantó aquella canción de la prostituta que la levanta un tipo y se la lleva a su departamento y se enamora de ella. El final feliz es que lo abandona esa misma noche después de robarle. Esos son los finales felices de Sabina, sonrió.("Medias negras"). Y recitó con melodía otra canción de un artista que después de un concierto en la playa de un pueblo va a darle una serenata a la mesera ojos de gata. Y luego se van a un hostal y así les dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres, y desnudos al anochecer los encontró la luna. En modo ranchera además. (" Y nos dieron las diez"). Miró el reloj, eran las tres de la mañana, debía irse. Mientras se iba pensó, tantas mesas, tantas historias. Debo escribir un cuento porque en un karaoke confluyen como en Babel muchas maneras de aspirar al cielo.
(alfredo guerrón ).

BROMAS PARA NO OLVIDAR.

Voy a referirme a dos bromas que me tocó vivir.
La Primera Broma.
En la plaza de Armas de Sullana se acostumbra, no sé si hasta hoy, realizar una retreta los días sábados por la tarde, con la banda del cuartel del RCB 13 (Regimiento de Caballería Blindada Número 13). La retreta no es otra cosa que un show musical y eso alegra al pueblo. Recuerdo a los músicos que interpretaban el tambor y la trompeta. El que tocaba el tambor era un genio y el que tocaba trompeta también era muy bueno. Pues yo veía a unos muchachos un poco mayores que yo que se acercaban al que tocaba trompeta y misteriosamente éste dejaba de tocar y les decía que se vayan ( en realidad menos elegantemente, churres de m... lárguense ) y que no lo interrumpan. Yo veía a los muchachos de marras chupando un limón con sal. Y no entendía. Un día pregunté a un señor y me explicó. Resulta que para tocar trompeta no hay que salivar y la sola visión del limón con sal te hace salivar (le llaman reflejo condicionado), y los palomillas sabían de eso. Lo hacían adrede, por eso el trompetista no podía seguir tocando. Era increíble como en plena canción las trompetas repentinamente callaban y los muchachos se reían.
La Segunda Broma.
En la casa quinta de un amigo, Domingo Zapata, en la cuadra 6 de la calle Lima, me invitaron a presenciar un espectáculo en la vereda. Para que entiendan, debajo de la vereda había un canal tubular que conectaba la calzada (la pista) con la entrada de la quinta. Este canal servía para desaguar la lluvia de la quinta, pero estaba seco porque hacía muchos años que no llovía en Sullana. Estos bandidos hacían pasar un hilo de nylon transparente desde atrás de sus manos, luego lo pasaban por el canal y terminaba en la pista pero a la entradita del canal con un billete de 10 soles. Era un anzuelo para pescar la ambición de algún transeúnte. Era cómico ver como pasaba un señor cualquiera y veía el billete, no podía creer su suerte, y cuando iba a agarrarlo misteriosamente el billete desaparecía por el canal ( por supuesto jalado por mi amigo rápidamente y coordinadamente ). El señor se arrodillaba y nosotros le preguntábamos ( como sorprendidos ), qué pasa maestro, jovencitos se me ha caído un billete de 10 soles y se ha metido a este huequito. Préstenme una escoba. Y el señor se agachaba hasta mirar por el canal ( incluso no le importaba ensuciarse ) y veía el billete adentro al fondo (esa era la última tentación). Allí está mi plata exclamaba, y nosotros que aguantábamos la risa. Por favor decía ( ya preso de la desesperación ) préstenme un palo largo. Le alcanzábamos el palo y por supuesto mi amigo Domingo ya había recuperado el billete y lo tenía en sus manos, por si las moscas. El señor estaba como media hora hurgando el hueco con el palo hasta que se rendía y decía, que mala suerte como puedo haber perdido así mi plata. Su despedida era una súplica, jovencitos si lo encuentran,por favor jovencitos, guárdenme el billete de 10 soles. Y así algunas tardes de vacaciones caían en la trampa varias personas. Alguna señora nos mostraba su plata y nos trataba de convencer diciéndonos, jovencitos me falta un billete de 10 soles, yo he traído tanto y contaba sus billetes y nos decía, ven, me falta 10 soles. Todos nos reíamos, pero yo pensaba después cómo se transformaban las personas por el vil metal. Estábamos unas 3 horas y despues nos reuníamos a comentar los casos y nos desternillábamos de risa. Pero un día sucedió lo inesperado, pasaba un joven distraído y nos parecía que aparentemente no había reparado en nuestro billete anzuelo. Y de repente sin que nos diéramos cuenta pisó el billete, lo cogió y nos dijo, que suerte, me he encontrado un billete de 10 soles en este huequito del drenaje. Nos miró y se fue con el billete. Nos miramos y nos reímos de Domingo que era el que prestaba el billete. Desde ese día ya no tuvimos muchas ganas de seguir con la pesca de ambiciones y sobretodo Domingo puso como condición que otra persona arriesgara su plata.Lo cual no volvió a ocurrir.
(alfredo guerrón).

CUENTO CORTO. TIRO DE GRACIAS (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)


Tengo este Smith and Wesson cargado con seis balas. Lo he acariciado varias veces y en estos últimos tiempos he postergado la decisión de encaminar una bala sólo por cobardía. La valentía fue una enfermedad que se me ha ido curando con la edad. En los últimos años, un tiovivo me ha estado rondando la cabeza y su última parada, siempre, es mi sien derecha. La gente dice que soy un siete vicios y no tengo argumentos para contradecir esa opinión. Algunos pueden calificarme de un hijodeputa y se quedan cortos. Reconocerlo es lo único de honestidad que me queda. Me he pasado la vida burlándome de todo y de todos. Y aquí estoy lamentándome. No he tenido coherencia, porque debería morir en mi ley, ser un hijodeputa toda la vida y ser un hijodeputa al final. Sin lamentos. Sería admirable y me ganaría el respeto. En el juego de la vida debí jugarle aunque sea un boletito a mi hijo. Se me fue. Tuve la oportunidad en mis manos, incluso mi hijo me la brindó. Se acercó a pedirme ayuda al final de su carrera y como yo le había fallado, antes, muchas veces, me dijo, piénsalo pá, si no lo haces por cariño aunque sea juégate un albur, a lo mejor me va bien y yo podría ser tu bastón para la vejez. Y yo me molesté todavía, putamadre, me rasgué las vestiduras y le dije que cómo era posible que me dijera eso. Y le fallé en la última vez, era mi última oportunidad y no lo ayudé. Qué estúpido. Me ofreció una transacción, estaba fácil, incluso el monto que me pedía no estaba fuera de mi alcance, no debía invertir mucho. Pero no lo apoyé. Si lo ayudaba quedaba perdonado todo y se quedaba con una deuda eterna conmigo. Qué me hubiera costado ayudarlo aunque sea con alguito. Pero se me fue. Es que a mí tampoco me ayudaron. Ya sé que esto no sirve de justificación. Pero ya lo hice y tengo 80 años, estoy medio ciego y sobretodo, sólo. Hay una bala perdida en el tiempo que ya está encontrando su rumbo y que, inexorablemente, viene por mí. La gente dice que uno de mis peores vicios es jugar juegos de azar. Yo no lo considero un vicio, modestamente, es mi profesión, corrijo, es mi religión. Se supone que a través de muchos años de jugador profesional he desarrollado una intuición especial para descifrar esos códigos que están velados para los profanos y que permiten poseer, a los iluminados como yo, más probabilidades para ganar. Se suponía y en la jugada de mi vida, cometo ese lance, increíble. A mí, todavía. Se me fue la jugada maestra, la que hoy cambiaría mi vida y me permitiría acceder a la muerte entre los míos. Si dicen que al mejor cazador se le va la paloma, diré que al peor jugador, al más vicioso se le fue un águila, porque mi hijo se transformó en un águila y yo pude haberme cobijado ahora, aunque sea un ratito, bajo su égida, sobretodo hoy que más lo necesito. Pero con que cara voy a pedirle perdón, y ayuda. No me habla hace 30 años y tiene toda la razón. Me lo he ganado. He agredido impunemente durante muchos años a su madre, a sus hermanos y a él. He desprestigiado el apellido, lo he relacionado con deudas, con estafas, con inmoralidades. Soy un paria y no puedo pretender ahora reinvindicarme. ¿ Cómo me recordarán en Sullana ? como el alcahuete de los Generales. Es que yo llegué a grandes alturas. Puta, qué tal título, pero es lo máximo que he hecho. Les diré que en los tiempos del gobierno militar yo me ganaba la vida como proxeneta, poniéndoles hembras a los militares y me pasaba de rastrero (recién me he dado cuenta) dirigiéndome a ellos como "mi general". Es demasiado tarde. Ya no se puede retroceder lo vivido. Y todavía pienso, que imbécil conchesumadre. Me pude haber asegurado con mi hijo. En que mierda estaba pensando. No lo veo hace 30 años, no conozco a mis nietos y por supuesto ni siquiera han querido conocerme. Sé de sus venas artísticas y de sus triunfos que no son míos definitivamente. Ya no existo. Vivo en una covacha. Y para colmo hace una hora, el destino, inclemente, ha tocado mi puerta, ha aparecido como una mano que parecía de apoyo pero que a la vez me ha lanzado la última bofetada. Me ha dado el aliento que me faltaba. Mi hijo ha venido a verme con dos hermosos jóvenes, mis dos nietos, a decirme que todo está olvidado, que no ha pasado nada y que quiere que viva con ellos. Y esto, es demasiado para mí. Le he agradecido con las únicas lágrimas que me quedaban, y le he dicho que por favor vuelva en la tarde a recogerme, mientras empaco algunas cosas, para irnos. Sin que él se lo proponga, me ha reducido a la mínima expresión, ya no queda nada de mí, es el adiós. Me siento una alimaña. Pero tamaña nobleza no puedo menos que corresponderla que con este tiro en la cabeza.
(alfredo guerrón)

CUENTO CORTO: SAVIA DECISIÓN (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)


Enrique se había percatado de un cambio. La oscuridad lo amodorraba, le robaba vitalidad, parecía robarle aire, intoxicarlo. Desde entonces evadió la oscuridad y los tonos grises de las estancias donde se desenvolvía su vida cotidiana. Buscó vivir la vida exclusivamente a colores. Él no supo a que atribuirlo. Como era propietario celoso de algunas fobias, trató de no hacerle caso a este deseo de escapar de las grisuras para no incorporarlo a su colección de temores infundados. En cambio la luz solar le inyectaba entusiasmo, nuevas fuerzas, ganas de cantar, de moverse, de ser feliz. Había leído que el ritmo circadiano influía en el comportamiento de las personas, que los ciclos de luz y oscuridad determinaban actitudes; y eso lo tranquilizó. Pero ¿ porque esos síntomas se fueron arraigando y acrecentando ? No tenía una respuesta. Entretanto la fotofilia se transformó en avidez y luego voracidad por los rayos solares.
También notó que empezaba a desear los espacios abiertos, se sentía libre y tenía la imperiosa necesidad de pararse e inclinarse de manera recta como un poste inclinado y sentir el bramido del viento en la cara. Empezó a gustarle hacer las inclinaciones para lados diferentes, elevar los brazos e inmovilizarlos y en ocasiones buscaba la inmovilidad total. Eso lo relajaba. En los parques y jardines su familia y amigos lo veían como un nuevo adepto al tai chi. De salud estaba bien.
Había leído que el agua era una maravilla y decidió desde ese momento de lucidez tomar una docena de vasos con agua al día. El agua también lo revitalizaba y sentía que le servía para otras cosas que su cuerpo sabiamente realizaba. La luz, el agua, las poses estáticas. En el barrio comentaban, otro loco más.
De pronto, un día cualquiera, comenzó a sentir que algunas de sus articulaciones se endurecían sin dolor. Consultó con el médico de la familia y le explicó que era algo así como anquílosis ósea y articular debido a sus 49 años. Él se dió ánimo y se dijo para sí mismo, felizmente que me dedico a lo natural, la luz solar,tomo abundante agua, hago ejercicios y no tengo hábitos nocivos como tabaquismo y alcohol. Porque sino peor me fuera con esta enfermedad reumática.
Continuó con su rutina, el trabajo, la familia. Se declaró un predicador de la vida sana y decidió dedicar parte de sus fuerzas a convencer a los profanos de las ventajas de los elementos naturales. De los elementos que faltaban estaba el fuego y se dió cuenta que el fuego no le atraía y cayó en la cuenta que empezando con un respeto a las llamas estaba terminando con otra fobia por el fuego que no quería comprarse para siempre. Pero el barro, extrañamente empezaba a adquirir una importancia desde aquel día en que llovió y un aroma lo envolvió sensualmente. Investigó el origen del extraño olor y caminando por el jardín tomó un poco de barro entre las manos, lo olfateó y quedó hipnotizado. Este era el olor que estaba buscando hace tiempo y quiso saborearlo. Lo hizo, le gustó y pensó que eso no era cuerdo y otra vez tuvo miedo. Consultó nuevamente con su médico y le dijo que tal vez tenía anemia, porque en medicina cuando un paciente tiene anemia presenta avidez por los minerales primarios. Por lo que el facultativo le prescribió análisis sanguíneos y para su sorpresa y el desconcierto del galeno, los análisis salieron normales, no tenía anemia.
Y un día en la piel sintió una paquidermia incipiente que se fue apoderando de él. Su médico temió que tuviera dermatomiositis. Otra vez nunca llegó a certificar ese diagnóstico. Se hizo una herida y de la lesión brotó un exudado blanco que olía a resina.
Enrique comenzó a sentir que su movilidad se iba limitando, que su familia sufría. Incluso perdió el trabajo. Y una tarde tomó una decisión que la sentía crucial, necesarísima, la de ir al parque cercano a su domicilio. Penosamente salió de casa, mientras pasaba por los jardines de su barrio el corazón se le aceleraba. A duras penas pudo llegar hasta el mencionado parque. Se detuvo, alzó los brazos. Sintió que el sol ingresaba a sus entrañas y su piel rápidamente adoptaba el acartonamiento y la tersura de la rusticidad. Sus pies se hundieron como en arenas movedizas. Sintió que su sangre adoptaba un tono rosado y luego blanquecino y finalmente, como un veneno largamente deseado, la savia se apoderó de él y le explicó su metamorfosis, su nueva vida.
Su familia lo buscó y nunca encontraron ningún rastro ni de esperanza. Literalmente se lo había tragado la tierra. A pesar de que sus familiares pasaron muchos días y años muy cerca a él. Vió crecer a sus hijos. Cargó con alguno de ellos sin que se dieran cuenta y también con algunos nidos. En aquel parque un sauce crece ahora con más pena que gloria. 
alfredo guerrón. 2008.

CUENTO CORTO: DEBÍ HABERLO MATADO NUNCA. (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)

Debí haberlo matado, pero cuando tuve la mejor oportunidad, dudé.
Soy César Landauri, ex – infante de marina, ex - esposo, ex – profesor de gimnasio y ex - persona.
Manejo multitud de armas con gran destreza y aprendí a matar sin dejar rastros. Fue importante adquirir ese bagaje de asesino porque combatí en el frente externo en una pequeña guerra (pequeña porque duró pocas semanas) y en el frente interno contra el terrorismo. No tengo ningún remordimiento en matar. Soy un profesional de la guerra.
En el servicio de Inteligencia, mis jefes me encargaron eliminar al Comandante Salvatierra porque con sus debilidades ponía en peligro a todo el sistema. Sus debilidades eran las clásicas que ustedes conocen: las mujeres, el licor, la cocaína y …los hombres (sí pues, al más macho de la Marina del Perú, le gustaban los reclutas, aquellos efebos que lo hacían gruñir de placer).
Yo era su adlátere, su chofer, su mayordomo, su secretario, su sombra. Compartíamos muchas horas juntos, muchos secretos y si me permiten develar uno, compartíamos a su mujer. La primera vez que comí la fruta del jardín prohibido ocurrió cuando lo traje a su casa (una mansión en uno de los mejores distritos de Lima, signo exterior de riqueza que delataba que cuando era jefe de la zona de emergencia en la selva peruana, obtuvo pingües ganancias en alianza con los narcotraficantes de la zona. Los narcos lo habían declarado hijo predilecto, mi hermano del alma, pataza y lo forraban en dólares y en cocaína para su consumo), estaba ebrio y lo ingresé hasta su habitación cargado. Nos había recibido Gabriela, su esposa, una diosa de 40 años, en una discreta bata transparente de color melón que me dejó atónito. Se puso roja de ira o de vergüenza. Al final me dijo gracias César, por favor no te vayas, te invito un trago. Yo me sorprendí y luego de un análisis bélico de la situación accedí. Me sirvió wiskhy con hielo, ella se sirvió otro tanto y se sentó frente a mí. Estaba con la bata que se resbalaba de sus poderosos muslos y dejaba un camino para la imaginación que iba a exacerbar el bendito licor. Me dijo que estaba harta, que no tenía vida marital, y tenía que soportar las humillaciones de sus vicios. Y tenía un gran temor de contraer Sida porque ya lo había descubierto con amantes masculinos. Se le habían perdido unas batas y ella pensaba con mucha buena fe que era porque se la regalaba a sus amantes féminas de mala muerte hasta que una vez regresó a su casa de un viaje, días antes de lo previsto y encontró a su marido el comandante Salvatierra, el más macho de la Marina del Perú, vestido con su bata melón en arrumacos con un joven atlético de corte militar. El esposo la gritó y le dijo lárgate, no hagas escándalo. Tú no has visto nada y otra vez avisa si vas a venir antes.
Gabriela sirvió la segunda ronda de licor y puso música. Me dijo César, hace tiempo que no bailo, podemos bailar. Señora, le dije, yo no sé que hacer. Ella me tomó de la mano para bailar y me dijo, no me llames Señora, llámame Gabriela. La sala era grande, su culo era grande, sus tetas eran grandes y mi deseo empezaba a crecer para alcanzar esos tamaños. No quise ser imprudente y por si acaso la dejé tomar la iniciativa, no vaya a ser que un marino (el colmo) se lance a la piscina sin agua. Bailamos al compás de una música y se me acercó como la serpiente del paraíso. Mi serpiente ya pasaba de gel a sólida. Gabriela me dijo estoy desesperada César, con una voz que me erizaban los pelos y se puso a llorar en mi hombro. Necesito sentirme mujer y a alguien que me haga sentir mujer. Luego me besó furiosamente y comenzó a resbalar por mi pecho para pintar con su saliva cada centímetro de mi piel. Con ello cumplía el ritual de la adoración y luego se prendió del mástil que acostumbro llevar siempre conmigo, y sentí un vacío de succión que me desorbitó, me sentí en el infierno total, porque allí es donde están los placeres máximos. Y Gabriela seguía en un intento obsesivo de succionar una savia vital que yo debía proporcionarle. Ese día me enseñó como es que una mujer puede ser declarada Perita en ese difícil arte, sin temor a endilgarle ese merecido título. Finalmente inundé sus labios con el icor que buscaba y gritó, se jaló los cabellos, me hundió las uñas, me mordió. Luego fue al baño y al regresar me dijo César, gracias, no sabes cuánto ha significado esta noche para mí. He vuelto a vivir. Hasta había pensado en suicidarme.
Desde hace años sueño que me violan, me acorralan varios desconocidos pero cuando van a violarme, nunca ocurre el evento y me despierto mojadita y como casi nunca está mi marido me dedico a disfrutar de los placeres individuales, egoístas, onanistas.
Después tuvimos innumerables encuentros en su casa, en su cocina, en la escalera, en la biblioteca, en la piscina. Me pedía que ingrese en ella a la fuerza, le excitaba la violencia. Cada vez me sorprendía gratamente, me trataba como rey. Se arreglaba y se ponía mucho más bonita para mí. Alguna vez le compré un vestido, y me dijo, esto merece un strip tease, puso luz de penumbra, música suave y se movió como una puta sólo para mí, se quitó su vestido y luego se puso, con un exquisito arte de cabaret, el vestido que yo le había traído. Luego lo destrozamos para dar rienda suelta a nuestros más bajos instintos. Eso, con los más bajos instintos se llega a las cumbres más altas en el sexo y en el amor. Pero les diré que no todos los vestidos que le regalé los destrozamos juntos, algunos los destrozó ella sola cuando pensaba en mí y los horadaba ferozmente en un intento poético de recrear un estupro total.
Cuando éramos una pareja total, y nuestra felicidad solo era empañada por la presencia inoportuna del comandante Salvatierra, ella me pidió que lo matara, me dijo que él tenía un buen seguro de vida y con eso podríamos vivir felices para siempre.
En verdad él nos estorbaba. Yo tenía todas las ventajas, conocía todos sus movimientos. Lo traía, la mayoría de veces, inconsciente a su casa. Estaba fácil. La idea era matarlo sin dejar huella. Entonces aparentemente desde todos los frentes la orden era matarlo.
Mis jefes me prometieron que podían desaparecerlo, primero yo lo mataba, luego ellos se encargaban de incinerarlo en un hornito y luego esparcirían las cenizas en alguna carretera. A la mierda con el quinto mandamiento.
El día llegó, estaba decidido. Pero extrañamente mi conciencia apareció para estorbar mi frialdad. Cómo era posible que yo le fallara al comandante así, tan deslealmente. Yo ganaba un buen sueldo como su asistente y mi trabajo no era pesado. Hubo épocas en las que fuimos amigos y alguna vez me aconsejó en alguna encrucijada personal. Si mis jefes querían que muera el Comandante ¿porque me encargaron precisamente a mí esa tarea? Y lo peor de todo es que me convenía que muera para ser felices con Gabriela. Empecé a cuestionar mis principios, la moral, la ética.
Él confiaba plenamente en mí y además siempre iba armado con una pistola. Debía tomar mis precauciones. Lo iba a matar de un tiro en la nuca en una carretera desolada porque ese día me había pedido que lo lleve a su casa de campo. Seguro que tenía alguna cita con una chica o un mancebo. En el camino me dijo César te doy un datazo, para tener un buen sexo, embadúrnate la cabeza del pene con clorhidrato y también a la vagina de tu pareja. La idea es que se van a anestesiar esas zonas y van a tener la sensación de tener unos genitales inmensos y eso les va a permitir un máximo placer. Le dije gracias mi Comandante, los tomaré en cuenta. Mientras yo pensaba, el Comandante pensando en placer y yo en el tiro en su nuca. Pero las cosas ocurren de otras maneras a cómo las planificamos. Yo cometí un craso error ,subestimé al Comandante.
Debí haberlo matado pero no tuve el alma de asesino para hacerlo y hoy, que paradoja, soy apenas un alma.

CUENTO CORTO: SIN UN ADIÓS. (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)

Abuelita, ayer fui a tu casa a saludarte. Me recibiste como solo tú sabes hacerlo. Siempre me has dicho que soy la reina y ya estoy convencida. Me permitiste desordenar todas tus cosas, tus tejidos, tus manteles pintados, tus álbumes de fotos, los recuerdos de tus hijas. Luego me preparaste el jugo de ciruela que tanto me gusta y me llamaste al sillón de la sala para sentarnos a conversar.
Me dejaste que me acueste en tu regazo y acariciaste mi cabeza con tus manos que resbalaban sobre mis cabellos. Y yo fui muy feliz.
Conversamos de muchas cosas, me contaste de un pretendiente que tuviste, del colegio donde estudiaste y del cariño que se tienen entre varias amigas de tu promoción. Yo te conté de mis estudios, de mis amigos y de mis clases de marinera, y me pediste que bailara para ti. Por supuesto que lo hice y cuando me veías yo pensaba que esa era la taquilla que quería para mi espectáculo, ni más ni menos. Acabé de bailar y después acabó la música. Yo te expliqué que eso no debía suceder y que era porque todavía soy aprendiz. Tú me dijiste, mi reina, no te preocupes, todos somos aficionados, la vida no da para más. Eso lo dijo Charles Chaplin. Cuando acabé mis evoluciones, tú me aplaudiste con sonoridad, con entusiasmo, con mucha alegría y me hiciste sentir como una gran bailarina.
A las 9 de la noche, mamá pasó a recogerme. Me diste un beso y un abrazo muy largo ¿no querías que me vaya?
En los días siguientes, cuando pregunté por ti, mamá me dijo que esa misma noche, la joven que vive contigo contó que te llevaste las manos a la cabeza, gritaste (de dolor ¿no mamita?) y luego te llevaron al hospital.
Abuelita ahora que han pasado varios meses, yo pienso que decidiste el camino más triste para despedirte. Te fuiste sin más.
Han pasado varios días y no he sabido mucho de ti. Te extraño mucho. Me están llevando a una sicóloga que me dice que las personas que queremos pueden enfermarse incluso muy gravemente y morir, pero que debemos aceptar las cosas porque la vida es así. Y entre tanto tú no vienes, abuelita.
Yo le pregunto a mamá que porque no regresas a casa. La veo llorando y me dice que estás enfermita y que ya vas a venir. Yo le insisto que cuándo será, que día. Y mamá se molesta y me cambia de tema. Abuelita mañana voy a cumplir 11 años y no estás.
Abuelita me han dicho que ya estás en casa y ése es el mejor regalo que Dios me tenía reservado. Pues, me he puesto bonita con un vestido que me regalaste, he cortado unas flores del jazmín de mi casa y las he sembrado en mis sienes; todo para celebrar que puedo verte otra vez.
Abuelita, por eso te digo que elegiste el camino más cruel para irte. Allí estás en tu silla de ruedas, me ves, sonríes, te has olvidado de hablar y también te has olvidado de nosotros. No reconoces a nadie. Sonríes sin motivo.
Sí abuelita, ya te fuiste para siempre y ni siquiera te despediste de mí.
Pero tu presencia que ya no es, es nuestro único consuelo. Solamente que nosotros podemos quererte, y tú no. Solamente que nosotros nos alegramos de tenerte y tú no. Solo que a nosotros nomás nos duele tu partida y a ti no. 

CUENTO CORTO: ¿COMO PILATOS ? (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)

Estaban allí convocados alrededor del penúltimo lecho, cada uno con su ansiedad proporcional al grado de hijo que sentían y tenían especial curiosidad por escuchar las últimas palabras de su querido padre.
Decir que eran unidos era una exageración a pesar de que estaban re-unidos. En ese instante se notaba en sus respiraciones las inmensas diferencias que siempre los habían caracterizado y que con el correr de los almanaques se hicieron más evidentes.
Eran 8, y ahora sabían que eran 4 medio hermanos de los otros y éstos decían, a su vez, lo mismo. Solamente eran hermanos perfectamente simétricos : 4 y 4. Su padre habíase casado con una primera esposa y luego de enviudar decidió reincidir con una fortuna igual en todo : una esposa y 4 hijos. Estaban allí y no estaban. Los minutos pasaban y veían a papá que hacía esfuerzos cada vez mayores para capturar el aire que ellos sabían le estaban robando y de repente lo veían abrir los ojos y parecía contarlos, recordarlos, vigilarlos. Sentían el innegable orgullo de ser un número que finalmente integraría el 8, la tranquilidad penúltima de papá. Estaban seguros de que se alegraba por la presencia de todos y se disponía a reafirmar su autoridad, aún despidiéndose. Las salidas honrosas eran su especialidad y ellos la esperaban, claro que sí.
La ocasión podía calificarse de ténebre ( sí, se necesitaba una nueva palabra para describirla ). Era el fin, el olvido, la liberación, la regurgitación de los recuerdos, la oportunidad de desensuciar la memoria.
Crecieron con el hábito, implacablemente, impuesto de lavarse las manos. Para limpiarse primero, para librarse de los gérmenes ( ¿librarse? después aprenderían que se habían pasado la vida seleccionando a los gérmenes más fuertes ), para convertir el aseo personal en la obligación moral de cada día. Luego, el lavarse, constituyó una forma sublime de purificarse; significó acceder ,cada vez mejor , a la metamorfosis diaria, y perseguir inútilmente la albura. Todos los hijos aprendieron a conocer perfectamente sus manos antes que sus almas y a restregarse, lograr la eclosión del jabón y el manar de sus efluvios, producir la espuma, sentir que el agua se apoderaba de ellos y agradecer el milagro de lo cotidiano de separar lo artificial de lo natural y nuevamente la fusión, la confusión, como al principio de los tiempos.
Nadie se atrevió a contradecirlo y por eso cada vez resultaron los mejores cómplices para recrear la apabullante parafernalia de lavarse una y otra vez sin ninguna esperanza. Ahora podían preguntarse si lo que hicieron y lo que no hicieron estuvo bien.
Su padre sentía un especial placer al observar el espectáculo casero frecuente de sus hijos despojándose de la sordidez del mundo mediante, los que consideraba, los dos mejores aliados : el agua y el jabón.
Y ellos no recordaban en que momento empezaron a odiar los adminículos de higiene, las toallas nunca secas, el jabón reblandecido, y la sensación de estar permanentemente vigilados ante cualquier mácula que ultrajara sus manos para, a continuación, recibir la orden obsesiva de lavarse. Después se demostrarían para su mínimo equilibrio que no era necesario lavarse una y otra vez y que si las enfermedades tenían que llegar, pues llegarían.
Entre las muchas cosas que aprendieron, decidieron no involucrarse en las situaciones que demandaran decisiones difíciles ; decidieron también no adoptar responsabilidades y dejar pasar las cosas. Pero este comportamiento no fue absoluto. Eran grandes muchachos y abnegadas madres pero conservaban el estigma original, cual pecado adánico. Hasta podría decirse que eran buenos. ¿ Quién no ha tenido una marca original, casi bovina, infligida por sus padres ?
En sus trabajos y en sus casas, recordaban a su padre cuando realizaban el ritual de la purificación, y si alguna vez incubaron una actitud subversiva para contradecirlo, tuvieron que tragarse sus palabras cuando la epidemia del cólera le dió, a su padre, la razón entera y agobiante. Ese día exclamó triunfante :" Yo les dije muchas veces, lavarse es salud. Recuerden siempre lo que produce la cochinada". En adelante debieron lavarse hasta desollarse, hasta sentir la mudanza de la piel casi horaria, hasta que la epidermis fugara y sintieran un ardor especial, una nueva forma de sensualidad para relacionarse con el mundo. Por eso se decía en el barrio, en el trabajo, en las reuniones, que los Fuentes parecían siempre Nuevos. Nadie conocía la terrible verdad de repetir este ritual una y otra vez so pena de contrariar al armónico mundo de equilibrio de su casa cuyo centro de gravedad se había desplazado hacia su padre y permanecía en él.
Que interesante : Nuevos, con pocas responsabilidades, buenas personas, ilustrados e inteligentes. ¡ Qué bonita familia ¡
Se dieron cuenta que el cordón umbilical crecía inversamente proporcionalmente a la distancia que los acercaba a su padre. Y dieron con una solución : alejarse, frecuentarlo poco. Pero pronto sus parejas y sus hijos advirtieron que estaban reproduciendo maníacamente en sus hogares aquello de lo que tanto se quejaron. Recién se dieron cuenta que no podían escapar, estaban atrapados en la telaraña de la Higiene Mayor.
Recibieron de su padre, el mayor de los afectos y así lo trasmitieron a sus hijos. Fueron buenos padres. Pero invariablemente y sin darse cuenta, recordaban sus propias manos, el estigma, las veces en que se liberaron embarrándose de la podredumbre del mundo, el jugar en el fango, los carnavales. Y en el sexo la exploración cotidiana total, el sonrojo por todas las cosas que habían hecho y el remordimiento por la probable censura paterna sobre determinado acto no higiénico. Aprendieron que el fango tiene su atractivo, te ofrece una coraza para mimetizarte, te integra al grupo y precisamente a ellos les daba la razón : no enferma, no mata y no ensucia. Apenas embarra.
Y ¡Qué final ¡ ¿ Quién tenía la razón ?
Tanto haberse lavado para evitar que algo extraño ingresara a su cuerpo ( un riesgo mínimo ) para terminar compartiendo un extraño aparato de diálisis ( un riesgo muy elevado ) en el que los residuos de sangre de una y otra persona se mezclen, es decir cada vez recibir microtransfusiones de sangre.
¡ Qué irónica es la vida ¡ reflexionó una de sus hijas. Ahora para vivir, papá deberá ensuciarse internamente, una y otra vez, y no podrá lavarse. Qué increíble.
Estaban todos juntos como muy pocas veces, tal vez no volverían a reunirse y constituían esa mañana un himno familiar. Esperaban la despedida, la orden, el reproche...Eso era papá.
Y de pronto ocurrió lo poco que faltaba para que lo quisieran para siempre, la coherencia, el vivir lo que se predica, la priorización de las cosas aún en el postrer adiós. Su padre tomó aliento y pronunció, nunca más gravemente, lo que ellos hubieran querido escuchar : "No se olviden de... lavarse las manos" y expiró.
alfredo guerrón ojeda.

SUGERENCIAS DE NOMBRES DE MARCAS DE PRODUCTOS COMERCIALES.


Alguna vez escuché en una obra teatral de mi universidad la creación de una marca y su slogan. El actor dijo: " Un buen nombre para una toalla sanitaria sería EXCEPCIÓN. Y su slogan sería PARA TODA REGLA HAY UNA EXCEPCIÓN". Me pareció una idea buenísima pero para Perú porque aquí a la menstruación también la conocemos como REGLA.
Ahora les voy a proponer una marca para una cerveza o para un licor ¿ Qué tal que se llame CONCIENCIA ? ¿ Se imaginan la propaganda adicional totalmente gratuita ? El alcalde diría: " los ciudadanos deberían tomar CONCIENCIA...". El Presidente, con todo su impacto mediático, diría: "Es necesario que todos los peruanos tomen CONCIENCIA...". El jefe de la SUNAT diría:"Hago un llamado a todos mis compatriotas para que tomen CONCIENCIA...". El presidente de la Asamblea Nacional de Rectores diría:"Es absolutamente urgente que los estudiantes universitarios tomen CONCIENCIA...". Cipriani en en su púlpito no podría evitar decir:"Hago una invocación a todos los creyentes para que tomen CONCIENCIA...". Incluso el Papa diría:" Ciudadanos del Mundo tomen CONCIENCIA...". Y así, harían proganda gratuita el Secretario General de la ONU, los Presidentes de las naciones y diferentes personalidades. Podría ser marquetero el nombrecito.
(alfredo guerrón).

CUENTO CORTO: INSTINTO ASESINO PARA DUMMIES (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)

Miguel fue criado en los valores humanos inmanentes. Ama al Señor, no seas egoísta, haz el bien, ama a tu prójimo. El era, lo que se dice, un pan de Dios. Fue un buen estudiante, porque el amor al saber le fue inculcado de familia y porque tenía claro que el esfuerzo de su madre tenía que ser correspondido, lo mínimo, con máximas notas.
Miguel también era un excelente amigo, y entre sus, muchas virtudes, estaba una que era rarísima en su ciudad natal, era abstemio. A pesar de haber nacido y vivido en una ciudad donde ser alcohólico era la consecuencia natural de ser entrenados desde pequeños en el culto reverencial a las bebidas espirituosas. En la ciudad, el tema de todos los encuentros era expresar entre los interlocutores que cada uno ya llevaba tomando (libando licor) varios días. Y la competencia se asemejaba a una subasta en la que febrilmente cada actor decía al otro: ya llevo tomando 3 días, y el otro respondía el reto, eso no es nada, yo llevo tomando 5 días. Era el típico juego sullanero de quien da más, en lo referente a los días de culto a Baco. El galardón a conseguir era adquirir la ansiada reputación de bebedor. Cualquiera hubiera dicho que se estaban disputando un premio Nóbel, pero no, al discutir en cada encuentro, lo que temían perder los viandantes, era el sendero de superación personal que los llevaría a graduarse de borrachos. Esto se transmitía en Sullana, en muchas familias de generación en degeneración.
Miguel se hizo ingeniero y trabajaba con tal honestidad que sus amigos le criticaban el ser tan estúpido, y le reclamaban, oye tú sí que te pasaste de honesto. Mientras todo el mundo se hace rico, le gritaban, tú vas a terminar siendo el llanero solitito. Pero él, seguía fiel a sus principios, tanto que, la verdad, se había quedado al inicio, no había avanzado mucho. En su casa, amaba a su esposa, adoraba a sus hijas y la infidelidad nunca se había cruzado por su mente. En suma (resta, multiplicación y división) era un hombre ejemplar.
Sus amigos lo tentaban, le ponían hembritas, y algunas de esas comadrejas, al ser desairadas por Miguel, terminaban diciendo, oye, creo que tu amigo es maricón.
Entre sus amigos creció la preocupación y decidieron que entre todos debían rescatarlo de la monotonía y la asfixia de la vida virtuosa. Y adoptaron la tremenda responsabilidad de adiestrarlo, de evangelizarlo en los principios básicos del Instinto Asesino. Hicieron un FODA rápido de Miguel para diagnosticarlo y se percataron que su fortaleza era además su tremenda debilidad, era demasiado honrado. La amenaza era que el mundo se lo iba a engullir y la oportunidad eran ellos, sus amigos, que lo salvarían del naufragio del desamparo. Debían enseñarle el Instinto Asesino que no es otra cosa que ser implacables a la hora de cobrar, no tener la más mínima conmiseración por el prójimo, subir en la escala social sin ningún tipo de miramientos, no creer en nada ni en nadie. Y los amigos de Miguel eran expertos en esos menesteres. Sus amigos empezaron con los sabios consejos de la calle. Mira cholo, le decían, a la gente cóbrales lo que desees. Pulséalos, pídeles más. Toda la gente es una mierda, dicen que no tienen para pagar, pero ajústalos nomás porque esos indios de mierda cagan plata, sácales su puta madre.
Otro consejo se lo dio Carlos. Escucha Miguel, le dijo, mi hermano es odontólogo y me dice, la gente confía en mí, yo los examino y les programo unas curaciones y si el cliente tiene pocos dientes con caries, pues se le pueden fabricar algunas oquedades, sino, ¿para qué se ha inventado la fresa? “Herrar” es humano (como dijo el herrero), se te puede ir la fresa de casualidad en unos dos o tres dientes y eso te reportará unos buenos dólares. Mi otro hermano, prosiguió Carlos, es médico, pero es un comerciante nato. Felizmente que es Neumólogo porque si fuera Oftalmólogo sucumbiría rápidamente al error de sacarte hasta los ojos. Mi hermano, el médico, le decía, es una biblia, debemos aprender de él, es un predador como debemos ser todos. Él es un tipo tranquilo, usa lentes a lo Lennon (para engañar al enemigo) pero cuando ve a un paciente, se transforma, alerta sus sentidos, lo huele, lo mira, lo desnuda, lo posee, desearía tocarlo para proclamarlo que es de su entera propiedad y jura defenderlo hasta con su propia vida, de los otros médicos, peores predadores que él y que pululan en la clínica donde trabaja para arrancharse a los sufridos y exprimirles hasta el último centavo de sus bolsillos y de sus seguros médicos. Esa es la realidad, carajo, reacciona Miguel. La vida no es de los valores cristianos y otras huevadas que nos vuelven idiotas y nos tiran en la vía pública para que la sociedad nos atropelle. Los tipos como mi hermano son triunfadores, defecan plata; los huevones como tú, acumulan riquezas en el cielo o sea nunca porque nada nos garantiza que haya cielo. Mejor asegúrate, fabrícate el cielo en la tierra, pero el de los caminos anchos, cómodos no importa que sean los de la perdición. La perdición, la perdición, con eso nos martillean los curas para manipularnos. La perdición no es otra cosa que la Felicidad, convéncete de una buena vez. Por si acaso, no es requisito ser pobretón para entrar a los aposentos de San Pedro. Aunque te parezca mentira, varios millonarios ya entraron al cielo. Las acerías Krupp, para tu información, como dijo Quino, ya pueden fabricar agujas por las que puede entrar un camello. Incluso compadre lo que dijo Jesús está fuera de época, ahora debió decir, “en verdad en verdad os digo que es mas fácil que se cargue a un elefante (ojalá que no se extingan los elefantes) con cuatro cabellos humanos que un rico entre al reino de los cielos”. Así la frase duraría un buen tiempo. En todo caso se les ha olvidado publicar un update de los evangelios.
César, otro de sus amigos, le dijo, mi tío es ingeniero, trabaja en un ministerio, su sueldo es una cagada, pero su ingreso decoroso lo constituyen las comisiones (10% del monto total, ésta es una ley que falta inscribirse en la Ley de leyes, la “Prostitución” Política del Perú) por las obras que adjudica a las compañías constructoras. Con eso se ha comprado un auto del año y está embelleciendo su casa. Además, esas comisiones provienen del dinero privado, no le estás robando al Estado. Y por último si le robaras al Estado, que no te pillen pues, no seas imbécil. Piensa que el Estado somos todos y si robas 100,000 dólares divididos entre 28 millones es una ridiculez. No se va a notar. Los escrúpulos te van a hundir. La conciencia ya pasó de moda.
El discurso de Fernando fue una clase maestra que finalmente logró la conversión de Miguel al culto al vil metal. El le dijo, Miguel, yo sé que tú tienes dos hijas. Hasta en eso eres pudoroso. Tú eres inteligente, tu esposa es brillante y la sociedad ganaría si ustedes hubieran procreado más hijos, que hubieran salido muy inteligentes por supuesto. Además tu apellido es decente, eres un Fajardo, no lo olvides. Pero tú pensaste, no, los hijos son una gran responsabilidad debo limitarme a tener dos. Pero y los indios de mierda? Los Quispe, los Mamani, los Condori están que se reproducen sin límites (por eso nos ganan las elecciones porque son más, hay como mierda de ésos). Son los sementales de pacotilla que poblarán al nuevo Perú y así lo cagarán para siempre. Al final el Perú va ser un gemelo de países cagones. Por ejemplo, tú, Miguel, pagas tu casa a plazos con el sudor de tu frente, pagas un colegio particular para tus hijas, la comida y los servicios te cuestan y el entretenimiento para tu familia lo tienes racionado. Eres un puto responsable. Y has merecido una felicitación por eso? Ni mierda. Mientras tanto los indígenas, se cagan en la nota, tienen como 15 hijos (creen que por docena es más barato), en varias mujeres (y siguen cagando los apellidos, sus mujeres apellidan Choquehuanca, Camacuari , un abuso, pobres hijos) roban luz eléctrica, roban agua, cagan a la intemperie, viven del programa gratuito del vaso de leche, tragan gratis en el comedor popular, tienen a su disposición la educación gratuita para sus hijos en colegios nacionales, institutos del estado, universidades nacionales, salud gratuita y todavía exigen (sí, EXIGEN, ¡que tal concha!) que les pongan servicios públicos gratis. Y a cambio de todo lo que reciben, esas joyitas de padres, no mueven un puto dedo, chupan (beben licor) todas las semanas, gozan como condenados.
Eso de la Inclusión Social es el discurso del despeñadero, el camino más corto para la ruina del pais, la masturbación de una masturba de sociólogos que se llenan los bolsillos y se proclaman recontra Verdes. Y nosotros creyendo que es por la Ecología, no, es por los dólares que se embolsican. Nosotros los ciudadanos responsables tenemos que cargar con esas sanguijuelas, pagando nuestros impuestos, con esos indígenas hijos de puta y su cochina descendencia. Miguel, por última vez, decídete, manda el mundo a la mierda y dedícate a lo más sano, haz billete. Si sigues asi, inmaculado, te vas hundir en la miseria. Por Dios, aprovecha las oportunidades.
Así, cada día Miguel recibía, religiosamente, la catequesis para convertirse en un hombre normal, para prescindir de la moral, la ética y tanta teoría estupidizante del hombre. En suma para no tener remordimientos, para prescindir de los sentimientos de culpa para siempre y para poder triunfar plenamente.
Y la charla de graduación se la dio Ricardo. Su amigo del alma. Un día le dijo, cholo, tú me conoces, yo soy abogado. Nunca he ejercido. Entre amigos yo acepto bromas como la pregunta que me hicieron la otra vez ¿Doctor, que le dijo el buitre a un abogado? Yo dije no sé y me respondieron, el buitre le dijo: Quien como tú que te los comes vivos. Te decía que mi primo que era coronel de la Policía me dijo un buen día hace tres años, tengo un negocio ciento por ciento seguro, hay que hacer una empresa con testaferros para ser proveedores de la Policía Nacional. Yo hice la empresa, pero, por si las moscas, no la puse a mi nombre. Y comencé a vender sin parar, muchos productos eran sobrevaluados, no por mí (porque no entendía la mecánica del negocio) sino por los Oficiales de Intendencia de la Policía Nacional que me decían, Doctor, suba los precios para poder repartir ese plus entre todos los que intervienen en la operación. Yo, cholo, aprendí y ahora puedo intervenir en licitaciones de varios millones de dólares. Asombrado, Miguel le pregunto, tú tienes esa cantidad? No cholo. Las pendejadas se aprenden y te sirven para llenarte de plata. Mira la cosa es así. Me piden 1,000 computadoras, a 1,500 dólares cada una, da 1 millón y medio de dólares (incluidos muertos y heridos, o sea las coimas). La licitación pública es amañada, yo la gano de todas maneras. Hago mi factura y voy al almacén general de la Policía Nacional. El jefe del almacén, un oficial, que ya está “conversado”, me pone el sello de “Recibido”. Pero ésto tiene un precio. El oficial me dice Doctorcito (como me jode que me diga Doctorcito, a mí todavía, que he crecido, que soy un grande, un triunfador. Y un oficialito habla y me disminuye, que mala suerte carajo) me he casado recién y en la tienda Morys de la avenida Arenales hemos escogido con mi esposa un juego de sala de cuero negro y un juego completo de comedor de cedro. Por favor Doctorcito (y dale con lo de doctorcito) me los lleva a mi dirección, su casa por supuesto. Con ese sello de ingreso a Almacén, voy a Caja y me dan el cheque por el millón y medio de dólares. Muchas veces me he sentido tentado, después de cobrar, a fugarme del país, pero no me detienen los escrúpulos, me detiene la razón. Si cometiera esa torpeza yo perdería más, estoy seguro. Con la plata de la misma Policía compro las computadoras, las entrego, pago las coimas, cobro mi parte y a celebrar. Como te habrás dado cuenta, incluso no necesito capital. Yo me di un plazo, que el anterior gobierno durara apenas 5 años más, y después de ese plazo me pararía para siempre. Nada, ni Dios podría tumbarme. Miguel escuchaba espantado. Pero, Ricardo cambio de voz y le dijo, pero mis cálculos fallaron y cayó Fujimori. Me dolió, Dios me dio la contra. Pero es bueno tener un adversario de su poderío (a cualquiera puedes vencerlo, pero vencer a Dios, es algo especial).
Me preparé para otra etapa de triunfador, me actualicé en mis estudios universitarios y ahora soy Juez (y Parte obviamente, ni cojudo) y te apuesto, Miguel, voy a ser el Presidente de la Corte Suprema, más temprano que tarde. O sea que voy a ser el vivo retrato de la Justicia en el Perú, cágate de la risa, la probidad hecha hombre. Voy a representar los valores, te das cuenta toda la vueltaza que he dado y la sociedad me va a nombrar prohombre. Y tú, huevón, te la pasas cultivando los valores y al final todos te van a hacer papilla, nadie te va a hacer un monumento. No tienes casa, no tienes carro pero dices a todo el mundo que tú si puedes dormir tranquilo. Y todavía me has dicho que los corruptos no pueden dormir en paz. Para tu desilusión, te diré que esos huevones duermen hasta más allá del mediodía.
Miguel sintió que, poco a poco, su cerebro se limpiaba de las impurezas y agradeció a Dios por tener esos amigos. Sintió en lo más profundo de su corazón ese sentimiento superior de rescate, de salvación. El dinero había entrado a su corazón y desde ese momento Miguel fue otro. Se había convertido, no moriría en la miseria.
Y quien iba a decirlo, el destino le ofreció la oportunidad que esperaba. Justamente, perdió su trabajo. Por lo que decidió iniciar una empresa y entre varias opciones decidió emprender un negocio de funeraria. Hizo muy buena plata desde el inicio, la visión de ganar contra todos los pronósticos lo guiaba como un lazarillo. Mientras que la gente lloraba la pérdida de un ser querido, el los hacía firmar papeles en blanco de contratos que los deudos ni siquiera leían ni comprendían por la desesperación del momento. Les decía, el servicio cuesta 3000 nuevos soles pero los añadidos, que nunca eran reclamados, muchas veces eran hasta un 50% más del monto inicial convenido. Miguel había aprendido el Instinto Asesino y la fortuna quiso que lo practicara con cadáveres. El Crimen Perfecto.

CUENTO CORTO: DE INTELIGENCIA SUPERIOR (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)


Yo fui, lo que se dice, un niño prodigio. Aprendí a leer a los cuatro años, y las operaciones matemáticas elementales a la vez. Tuve una gran ventaja, mamá era profesora y nos tenía un gran cariño y una paciencia del mismo tamaño.
Pero además de adquirir esas habilidades, digamos que normales, debo mencionar que desde pequeño yo recuerdo que me gustaba delatar a mis compañeros de juego, a mis amigos, a mis condiscípulos. Y eso era para mí, prodigioso.
Siempre estuve atento a los detalles, escuchaba las conversaciones, leía las cartas que dejaban a mi alcance, descuidadamente, las personas. Con eso construía escenarios lógicos y creíbles.
Delatar era algo que iba más allá de mi control. Mamá me aconsejaba que no actuara así, igual mis profesores, pero sus consejos nunca me convencieron del todo y solo postergaban mi comportamiento. Ahora que soy biólogo he llegado a sospechar que tengo el gen de la delación. Muchos me decían “acuseta” y yo, no les hacía caso y, justificaba mis acciones diciéndome que yo acusaba a mis amigos para que sean mejores y para que sus padres o maestros les pudieran ayudar. Delatar era mi ejercicio cotidiano en clase, en mi barrio, en mi familia. Con lo que me gané a pulso la antipatía de mis coetáneos. Cuando pasó el tiempo, me endilgaron un adjetivo más agresivo: soplón. Después lo adopté como un grado más de evolución en mi carrera.
Además yo leía y leía. Digamos que era una rara avis en mi entorno. Y me encantaba analizar personajes que la historia calificaba de siniestros pero que tenían su lugar como (digamos irónicamente como unos felinos, es decir como unos) gatillos. Uno de mis referentes era, para el espanto de todos ustedes, Judas Iscariote. Y concluí que en la venta de información por la presa máxima, Jesús, se le pagó mucho. Los negociadores se desesperaron y ofrecieron mucho. Claro en esos tiempos el marketing estaba en pañales, pero Judas, si hubiera analizado muy bien la ocasión, debió haber hecho el trabajo gratis o por un precio simbólico (tal como lo hubiera hecho cualquiera que previera el potencial de los acontecimientos. Pero, por favor, que no se me malinterprete. Yo soy católico, solamente estoy analizando fríamente una transacción que estaba súper pagada con la publicidad que te daba solo el realizarla) porque el mayor pago que recibió Judas, no fueron las monedas, no; Judas llegó a estar en las vidrieras y pasó a la posteridad, como uno de los mayores facilitadores de información del mundo. La fama que le dicen y la que, fatalmente, no aprovechó. Se desesperó y la desesperación es mala consejera en transacciones importantes.
Yo quería dedicarme a vender información y para mi tranquilidad, me enteré que los soplones profesionales pertenecen a los organismos de inteligencia del estado y de las empresas privadas. Incluso hay escuelas superiores de Inteligencia sobretodo en organismos castrenses. Me hice militar, ingresé a una de estas escuelas y quedé gratamente sorprendido de la sistematización científica de la actividad para lo que yo sentía que había nacido. No le pudieron poner mejor nombre a nuestro quehacer. Definitivamente, somos los inteligentes del barrio.
Ahora, es el momento de la Inteligencia, el manejo de la información es vital, con ello te anticipas a los conflictos, te enteras de los planes de la competencia, obtienes bases de datos con cartera de clientes, obtienes un listado de los clientes malos pagadores, te enteras de la vida y milagros de las personas, incluso te sirve para chantajear, controlar a tus enemigos, fabricar guerras. Nuestra profesión está involucrada en las asonadas, los golpes de estado, en los magnicidios, en los atentados, en el manejo de la opinión pública, en la asesoría de los candidatos a elecciones públicas, en los delitos, en los crímenes, en la empresa, en los sindicatos, en los clubes, en las asociaciones, en los boicots, en la iglesia, en los ministerios, en el gobierno. Usamos todas las artes posibles: grabaciones, minicámaras, fotos, videos, mujeres que actúen como carnadas. Intervenimos teléfonos fijos y móviles, correos electrónicos, computadoras, escritorios, habitaciones, hoteles, restaurantes, karaokes.
Y, por si no lo sabían, hay un morbo que está extendido entre los gerentes, desean saber hasta el mínimo detalle de la vida y pasión de sus trabajadores. Por ejemplo hace poco un gerente me contrató para que siga a sus empleados a un karaoke y quería que le consiga información grabada y filmada de quienes fueron, como llegaron, solos o juntos, que tipo de canciones cantaron, quienes cantaron y si cantaron bien o no, cuanto consumieron, hasta que horas se quedaron y al salir como se fueron, quienes con quienes se acompañaron. Y por supuesto que me averigüe que es lo que hablaron. Yo no sé para que le sirva esta información pero se me ocurre que es para variar sus motivos de masturbación.
Hoy el mundo exige saber que hacen las esposas cuando están solas, que vicios tienen las personas, que le gusta a la gente. Esto tiene un nombre más elegante se llama estudio de mercado. Nosotros también damos esa información.
Y mi autoestima se proyectó a la estratósfera cuando me contrataron para laborar como “soplón” (ahora hasta me burlo de esta palabrita) en un organismo de Inteligencia estatal. Habiendo nacido para esto y con la pasión que dedico a mi actividad, era lo justo. Hasta que llegué a la luz al final del túnel. Ahora pertenezco a esa élite de superdotados de materia gris a los que se les paga por su cerebro.
Así que, profesores, padres de familia, si su hijo, si su alumno, da muestra innatas de ser “acuseta”, soplón, cultívenlo. No lo castiguen, traten de aconsejarlo hasta cierto límite pero si detectan en el niño un rumbo visceral para ser soplón, no le corten esa sublime vocación. No seamos hipócritas, ellos van a constituir las canteras de la Inteligencia que reemplazarán a los que nos vamos obligados por el tiempo. Esos niños son los que tomarán la posta de aquellos soplones que están por retirarse y que dieron su vida por la sagrada tarea de elevar el chisme casero, de callejón, de mercadillo a los altares de la intelectualidad.

CUENTO CORTO: PARA LUSTRARTE MEJOR (AUTOR:ALFREDO GUERRÓN)


Siempre me gustaba salir a trabajar con la camisita limpia, era la del colegio. Pero esta vez se estaba acabando el jabón, mamá había decidido que primero era asearse y mejor era lavarme la cara. Mis clientes sí iban a disculparme la camisa un tanto sucia pero creo que no, la cara. Mamita me despertó para desayunar, estábamos de vacaciones y se acercaba Navidad. Les digo de paso que para mí, mi mamá es exactamente el amor de Dios, ni más ni menos. De mi papá nunca les voy a hablar porque cuando lo recuerdo me pongo muy triste y se me hace un nudo en la garganta, sólo tengo los peores recuerdos de él y más vale olvidarlo para siempre.
Cuando nos reencontramos con mi mamá en la noche ella me hace cariños, me pasa sus manitas por mis mejillas y me dice que me quiere y eso es lo que más me alegra el corazón y hace que recuerde que quiero convertirme en el mejor lustrador de zapatos del mundo para comprarle una casita a ella que se lo merece.
Antes de salir me alcanzó un tecito que sabía a todo el amor del mundo y un pancito de ayer. Luego ella dejó a mis hermanos menores en el "huahua" y se fue a lavar ropa . Yo soy el hijo mayor, ya voy a cumplir 8 años. Mamá me dijo, anda hijito a ver si conseguimos algo de platita. Y salí con mi cajita de lustrar zapatos, que a esa hora no me pesaba nada. Me subí a un ómnibus y le rogué al cobrador que me aceptara la única riqueza de que disponía en ese instante, 20 céntimos. Dios le tocó el corazón y así pude llegar a mi destino, el centro de Lima.
Me bajé en la avenida Abancay y le ofrecí a Diosito mi trabajo del día, como me había enseñado mi mamá. Me acerqué a una pared y revisé mis materiales, la caja de lustrar estaba buena, los betunes ya estaban por acabarse, el trapo estaba bueno, el tinte estaba a medio terminar, pero lo que sí me entristecía era la escobilla que estaba raída y parecía muy viejita. Pensé que no debía perder tiempo y trabajar lo más pronto posible porque en los siguientes días tendría que hacer gastos extras para reemplazar mi material y a lo mejor no quedaba nada para ayudar a mi mamita.
Fui a la salida de un banco y un caballero aceptó mi pedido de embellecer sus zapatos. A mí me gustaba lustrar, transformar unos zapatos sucios en el orgullo de cada quien. El cambio era espectacular. Los señores se acercaban a mí un tanto avergonzados por sus zapatos sucios y luego los veía alejarse felices y yo, modestamente, había contribuido con mi granito de betún a esa alegría. Empecé con el caballero, el primero de la jornada, lustrando, primero para sacar la tierra y veía a mi escobilla gastadita y me daba pena y pensaba que fuera que alguien me regalara una nueva. Luego embadurnaba con betún primero un zapato y luego el otro y finalmente sacaba brillo nuevamente con la escobilla que cada vez me entristecía más. Para el final reservaba la maniobra que me habían enseñado los capos, que decían que el secreto de una buena lustrada era finalmente hacerles cosquillas a los zapatos con el trapo de franela y que se rieran dejando escuchar el "chuic,chuic,chuic". El señor me dió un sol en vez de 50 céntimos y miré hacia el cielo y agradecí a mi diosito de siempre. La mañana pintaba bien. Seguí caminando por el jirón Carabaya y el olor a comida me distraía y me decía ojalá que consiga algo más para la comidita de mi madre porque la veo cada vez más flaquita y tengo miedo de que le pase algo. La gente entraba y salía de las tiendas, compraban lindos regalos, se acercaba Navidad.
De pronto una dama, con dos casi jóvenes, me pidió el servicio. Que suerte que habían salido con zapatos. Han de saber que la abundancia de zapatillas está a punto de arruinar mi sueño de convertirme en el mejor lustrador de zapatos del mundo y ha hecho que mi horario se haya extendido. Ahora, trabajo de 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde. El que inventó las zapatillas seguro que odiaba a los niños como yo porque nos arrebató poco a poco nuestro trabajo. Decía que les lustré a los dos, casi jóvenes y escuché que le preguntaban a su mamá porque un niño tan menor tiene que trabajar. Pues porque soy responsable, en vez de estar jugando y perdiendo el tiempo, yo ayudo a mi mamita y a mis hermanitos. Que cosa ? No faltaba más. Las medias de los jóvenes eran muy bonitas y me cuidé de no ensuciarlas. Me pagaron y luego me invitaron un jugo de frutas y yo pensaba, quisiera llevármelo a casa para compartir un poquito aunque sea con mi mamá y con mis hermanitos. Pero al final me lo tomé, ya no gastaría en mi almuerzo.
Entré a la Plaza de Armas, mi caja de lustrar ya me pesaba más y me dolía un poquito la espalda y me daba ánimo diciendo para mí, Raulito ya comienzas con tus engreimientos. La Plaza lucía el arbolito y un nacimiento. Y pude lustrar varias veces ( había sido un día muy provechoso ) y cada vez que lustraba, trataba de disimular la vejez de mi escobilla porque sino me daban ganas de llorar. Caminé por el jirón De la Unión y ví los helados, hacía calor, con un sol que me abrasaba y me abrazaba, quería un helado, pero no quise ser egoista, y pasé de largo.
Casi al final del día le ofrecí mi trabajo a otro señor, aceptó y decidí hacer mi obra maestra del día. Me concentré y agradecí a Dios por mi última lustrada del día y por mi linda familia; y lustré como se debe, como me había enseñado mi primo. Al final los zapatos del señor no parecían, eran nuevos, ese milagro lo hacía yo muchas veces. El señor me pagó 2 soles.
Doblé por la avenida Emancipación y entonces le pedí un regalo de Navidad al niño Dios, una escobillita nueva, lo único que te pido diosito. Ya eran las 6 de la tarde y me regresaba a casa, y de pronto ocurrió el milagro, el verdadero. Pasaba cerca de unas bancas del ornato de la avenida y descubrí a un trabajador de la municipalidad que con un rodillo estaba pintando las bancas con pintura marrón y saqué mi escobilla y le pedí que me la pintara. Aceptó mi pedido, tomó mi escobillita y poco a poco y con gran cuidado empezó a pintarla hasta que terminó. Y de pronto, mi escobilla se convirtió en nueva . Tendrían que haberla visto. Les juro que fui muy feliz. Le agradecí y me quedé esperando a que secara la pintura y profundamente agradecido me pregunté...¿ cómo no iba a creer en el niño Dios ?
(alfredo guerrón).

sábado, 21 de enero de 2012

CUENTO: JUGADA SUCIA (AUTOR: ALFREDO GUERRÓN)

Raquel había perdido la vergüenza y no recordaba donde la había dejado. Toda su familia apuntaba a que era en alguno de los casinos que frecuentaba compulsivamente. Pero ella decía no, fue mucho antes y no fue en un casino. Simplemente no recordaba y no le interesaba precisar donde enterró el recato. Su hogar se había destruido, el gran culpable era su esposo, violento por devoción y casi sádico por vocación. Sus hijos ya no estaban. Raquel no se diferenciaba en nada de una gran ama de casa sino porque inició sus vericuetos, que después se enredaron y la atraparon, en un garito. Las luces, la musiquita, el humo de tabaco que la asfixiaba, la posibilidad de entablar conversaciones con desconocidos y asesorarlos, sobretodo cuando se le acababa el dinero y no quería irse. Darles confianza y poco a poco transformarse en una mujer deseada; sentir que podía manipularlos e incluso llegar a recibir dinero de algunos y agradecerles con un beso, que ellos reclamaban con el pensamiento y que ni siquiera se lo pedían. Ella tomaba la iniciativa, les agarraba sus manos y sentía sus tremores sexuales.
Cuando entraba al casino su sangre le hervía, era saludada por casi todos, el pulso se le aceleraba y los elásticos de su ropaje se le aflojaban. Ella reía y decía, si supieran en mi casa en la vampiresa en que me he convertido. Permitía que algunos, solo dos en especial, se le acercaran y la tocaran, la manosearan, le hablaran al oído. Don José y Carlos eran su reserva de inmoral para cuando se quedara sin dinero, que era casi siempre y bien rápido. Su esposo permitía que fuera sola y ella le pagaba con solvencia, con la mayor deslealtad. Cuando la iba a recoger la llamaba por celular y estaba pendiente de su llegada para retirarse discretamente de sus amantes y recibirlo con cariño. Soy la muerte, decía y sonreía.
Cada vez perdía más y más dinero, el que ganaba su esposo, el que le enviaba su hijo, el que ganaba ella. Mentía, decía que siempre ganaba, y alguna vez inventó un secuestro y robo para justificar la pérdida de una considerable cantidad de dinero. Y se engañaba diciendo que ella controlaba cuando quisiera esa afición. Se justificaba diciéndose que cuando sus hijos fueron pequeños se dedicó enteramente a ellos y que ahora ya podía dedicarse a ella. No supo en que momento perdió el decoro con Don José. Con Carlos había sido solo fiereza y descontrol. Un día a las tres de la mañana, ella iba a los baños del casino, y sintió que Carlos la jaló y la poseyó como toda mujer hubiera querido, con un deseo inconmensurable. Carlos tenía un taxi. En él la llevaba a la playa y ella se vendía por 50 soles y se convertía en su esclava por media hora.
Un día su esposo no fue a buscarla y le comunicó este detalle por teléfono. Fue suficiente, jugó hasta la plata del taxi de regreso y cuando se quedó totalmente huérfana de dinero, se le acercó a Don José y le dijo - putescamente - Pepito, a qué horas te vas. Don José le dijo, contigo adonde sea y a la hora que quieras. Coquetamente le respondió, ya pues, Pepito a que hora nos vamos porque me he quedado misión imposible (en Perú, es una forma de decir que no tienes ni un cobre). Pero me hubieras dicho pues Raquelita, toma 50 soles para que juegues un rato más. Pero y si viene tu esposo, inquirió Don José para tener más datos. Ella, para excitarlo le dijo la verdad, y expresó, hoy día no va a venir, está durmiendo. Don José le dijo, qué desperdicio, con una mujer como tú, yo ni dormiría. Ella se sintió halagada. Se pidieron dos tragos y dos más para entrar en calor. Fue a comprar fichas de juego y Don José le dijo, Raquelita, mi amor, ven a mi lado porque tú me traes suerte. Ella obedeció. Ahora eran un tándem. De pronto Don José ganó, la máquina se iluminó y empezó la fanfarria del vómito feliz. La máquina lanzaba desaforadamente fichas, fueron 900 nuevos soles y Don José aprovechó para decirle, ya ves Raquelita, tú me traes suerte y la abrazó, y la besó y ella se dejó besar y luego lo apartó. Luego Don José le dijo, voy a compartir mi ganancia contigo porque es justo. Toma 200 soles para ti. Pero Raquelita, quiero pedirte algo, vamos a celebrar, aquí al costado hay un snack bar bien discreto. Ay Pepito, tú sabes que soy casada, como me pides eso. Don José, que ya tenía los espermatozoides en el cerebro, le dijo, pero si solo vamos a tomar unos tragos. Está bien, dijo Raquel, pero primero salgo yo y te espero. Raquel salió a lavarse las manos. Y salió del casino, luego caminó hacia el bar y se sentó en una mesa. Pidió un trago. Llegó Don José y le dijo vamos al tercer piso, porque allí funciona una discoteca. Tenemos 700 soles para celebrar nuestra buena suerte. Raquel se dejó tomar de la mano y apoyó su cabeza en el hombro de Don José. El la besó tiernamente. Cupido los había atravesado. Si en el mundo hubiera que buscar el amor, allí estaba. Subieron al tercer piso y el lugar tenía una parafernalia de caverna y con poca luz. Raquel apagó el celular, sabía que había cruzado el Rubicón hace rato. Bailaron una salsa y ella le movió infernalmente las caderas, él estaba excitadísimo. Luego bailaron una balada y ella sintió el falo de Don José que pugnaba por abrirse paso de su pantalón. Y sintió su erección como preludio de un orgasmo. Hace tiempo que con su esposo no sentía ese tipo de pecados. Don José la rodeó con sus manos y las bajó, le acarició las nalgas. Ella se juntó a su cuerpo y se sobó, como enemiga, contra él. Don José llamó al mozo y le dijo, dános una habitación. Ella se sorprendió y a la vez agradeció que las cosas se dieran tan fácil. Fueron a la habitación y Don José se volvió loco, la besó hasta el infinito. Ella fue inmensamente feliz. Don José luego le ofreció su estandarte que usaba para colonizar tierras extrañas. Ella lo acarició y lo llenó de los más encendidos besos que hubiera dado. Se sintió una hembra completamente animal. Había obedecido a sus instintos. El la poseyó varias veces, y ella gritó, se desgarró. Y juró no dejarlo nunca más. Finalmente se bañaron, se prodigaron las más tiernas caricias y el amor surgió solemne, triunfante, más allá de los prejuicios, más allá de la moral, más allá del alfa y del omega. El amor se había hecho carne y ya habitaba entre nosotros.
Eran las cuatro de la mañana, debían irse. Bajaron y cuando se acariciaban en las escaleras tuvieron la tentación de volver a la habitación para dar rienda suelta a sus más bajos instintos. Ella le dijo yo voy a salir primero, se encontraron en la esquina, tomaron un taxi, él la dejó en la puerta de su casa y le dijo, tengo celos de que tu marido te haga el amor. Ella le dijo, no te preocupes, él está dormido. Se dieron un beso, de cuento de hadas ya lo dije, y se despidieron. Ella bajó del auto y entró a su casa. Su esposo medio dormido le dijo, ¿y mami, qué tal te fue?. Ella le dijo muy bien y sonrió.

CUENTO: Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE, AMÉN.

Lo que sucedió un viernes cualquiera en el puerto de Supe-Perú a las 2 y 30 de la tarde es el summum de la fatalidad. Debo decirles que ésta es una ciudad apacible hasta el aburrimiento. Por el centro antiguo de este puerto a veces no pasan carros durante horas enteras. Se diría que es un pueblito hecho para transeúntes.
Una hora antes un camión terminó de cargar sacos de azúcar en Paramonga e inició su ruta hacia Lima (Dios, ¿y si se hubiera demorado más la carga?). Yo conocí ese viernes cualquiera a una doctora, jefa de la posta médica de Puerto Supe porque tuve que pedirle el favor de que me vise unos certificados de salud para unos familiares. Fui a buscarla, a la posta donde ella trabajaba, desde Paramonga, ciudad en la que yo vivía en ese entonces. En el trayecto debo haber pasado al camión y por supuesto ni siquiera nos percatamos de su existencia en la carretera, excepto el chofer del auto que nos trasladaba que vió al camión muy largo y para pasarlo debió calcular bien por la tremenda lentitud con que se desplazaba el mastodonte y por la longitud del vehículo y su carreta de remolque. Tal vez lo sobrepasamos en la carretera panamericana a la altura del ingreso norte de Barranca. (Dios, ¿y si el camión se hubiera quedado en Barranca un momento, tal vez por combustible o por mantenimiento?) . En la posta de Supe me dijeron que la doctora estaba de descanso de guardia y entonces fui a su casa porque me urgían los documentos y quería saber si podía ayudarme. Allí conocí a sus dos hijos varones, unos gringuitos de 8 y 11 años, ambos estaban en bicicletas. Me recibió la doctora y aceptó ayudarme. Luego me dijo que regresara el lunes para recoger los documentos. Agradecí el gesto y me regresé a Paramonga. Volvimos a cruzarnos con el camión que se desplazaba por la salida sur de Barranca y nuevamente solo el chofer, del auto en que íbamos de retorno, se percató de su existencia.
Era la 1 y 30 de la tarde y su hijo mayor estaba jugando futbito en una canchita del puerto con unos amigos. A esa hora su hijo menor le pidió permiso a la doctora para ir a montar bicicleta con su amiguito, un hijo del administrador del Banco de Crédito. La doctora le dijo, tienes permiso, (Dios ¿y si no le hubiera dado permiso?) pero ten cuidado y de paso le avisas a tu hermano que está jugando y se vienen juntos a almorzar.
Treinta minutos antes, el camión con su carreta remolque cargado de sacos de azúcar iba pasando por la curva de Puerto Supe rumbo a Lima y unos policías le pidieron documentación al conductor, (Dios, ¿y si no hubieran estado los policías?).Después se supo que el chofer denunció que los policías le exigieron una coima (dinero como chantaje) y al no aceptar lo obligaron a ingresar el camión tráiler a Puerto Supe como represalia.
El camión empezó su ingreso lentísimo a las calles angostas y el chofer hacía maniobras especiales para circular dentro de un pueblo chico como Puerto Supe. Al llegar a una encrucijada, (habían dos pistas para ingresar, la de arriba y la de abajo), el chofer decidió ir por la pista de abajo que justamente tenía calles mucho más estrechas (Dios, ¿y si el chofer hubiera decidido ir por la pista de arriba?).
Entretanto el niño iba en su bicicleta, pasó por donde su hermano y le dijo, voy a ver a mi amiguito, (Dios, ¿y si su hermano lo hubiera detenido un rato?) en una hora regreso porque mamá desea que vayamos juntos a almorzar. Va a la casa de su amiguito y toca el timbre varias veces. Nadie contesta y el niño asume que no hay nadie. (Dios, ¿y si hubiera estado su amiguito y se hubiera demorado unos minutos más?) Y el hijo de la doctora emprende su último recorrido. Decide ir hacia la calle angosta para terminar con su paseo (Dios, ¿y si se hubiera decidido regresar en ese momento adonde se encontraba su hermano? ) y ve pasando un camión grandazo por la calle.
Minutos después alguien acude nervioso a la casa de la doctora solicitando su presencia, como médica del pueblo, porque había ocurrido un accidente y le solicita que vaya rápido a la calle del mercado para ver si podía hacer algo por un niñito. La doctora acudió tan rápido como pudo y en el camino pensó en su hijito pero se tranquilizó a sí misma diciéndose, Dios, no creo que le haya sucedido algo malo. Al llegar vió los rostros de los vecinos y sus miradas de conmiseración para con su querida doctora. Se le agitó el corazón, se abrió paso a codazos y poco a poco reconoció los restos de su hijito. Lo vió despedazado con su cuerpito aprisionado entre las llantas traseras derechas del camión.
Dicen que el niño venía a velocidad en su bicicleta y creía que el camión terminaba y él quería entrar a la pista, pero, de repente se vió con la carreta de remolque y se asustó, frenó, patinó y terminó metido debajo de la carreta del remolque con todo y bicicleta. Incluso allí, engullido debajo de la carreta del camión, pudo haberse salvado pero entró en pánico ( ¿que le podríamos reprochar a un nene de 8 años?) y buscando una salida parece que se arrastró, para salir del intestino en que se había metido, pero sólo hasta debajo de las llantas.
Yo volví a Puerto Supe el lunes para recoger los certificados visados donde la doctora. La ví de riguroso luto, con lentes oscuros y proyectaba la imagen absoluta de la desolación. Pregunté a alguien y me informó del accidente. Por supuesto, me acerqué y le manifesté mis más sentidas condolencias. Decidí regresar otro día. Caminé anonadado por el malecón de Puerto Supe y un poblador me contó esta historia, pero con la única condición de que nunca más volviera a ocurrir.
Tantas circunstancias confluyeron a la vez, prácticamente cronometradas, para completar esta desgracia.
¿Quién es el director del cine de nuestras vidas que plasma los finales infelices?
¿Quién es el productor del mismo cine que es el responsable de que las cosas sucedan a la perfección?
¿Y si no hubiera pasado el camión por la curva de Puerto Supe?
¿Y si no le hubieran regalado una bicicleta al niño?
¿Y si su hermano no hubiera salido a jugar futbito ese día?
¿Y si el hijo del administrador no hubiera sido su amigo?
¿Y si ese día hubiera sido jueves?
¿Y si la doctora no hubiera vivido nunca en Supe?
¿Y si el camión hubiera ido más rápido?
¿Y si algunos policías no fueran corruptos?
¿Y si el niño no hubiera pedido permiso?
¿Y si las calles hubieran sido más anchas?
¿Y si el niño hubiera tenido más años?
¿Y si yo no hubiera conocido a la doctora?
¿Y si se hubieran detenido los relojes?
¿Y si yo no hubiera escrito esta puta historia?
Dios, ¿a quién le echamos la culpa?
Por Dios, alguien puede decirme... ¿Qué mierda puedo hacer todavía, para que ese niño no se muera?