domingo, 4 de marzo de 2012

CUENTO CORTO: "CON DIOS Y CON EL DIABLO". DEL BLOGGER ALFREDO.

Se despertó con sumo cuidado. Como siempre, había dormido del lado derecho de la cama (nunca del izquierdo, da mala suerte) y puso en el suelo primero el pie derecho también. (Já, pensó Rosa, yo me puedo olvidar hasta de mi nombre pero nunca de los rituales para traer la buena suerte y para alejar la mala suerte, pensó). Su mamá le había enseñado esas ceremonias aún antes de empezar a hablar por eso ella las había encarnado. Y se las había transmitido a sus hijos. Todos eran profesionales pero en los momentos de toma de decisiones, trascendentales para sus trabajos y sobretodo para sus vidas, consultaban a sus oráculos y se guiaban absolutamente por ellos. Eran creyentes de un Dios que les permitía revisar los horóscopos, visitar a los chamanes, ir a Las Huaringas, la referencia de brujería en el Perú, y hacerse baños de florecimiento cada año. 
En casa todos sabían que había un orden invisible que lo dictaba la abuela. El día en que la matriarca despertaba en silencio esperaban ansiosamente la primera frase de sus labios para poder respirar aliviados y continuar con la rutina sin sobresaltos.
Luis estaba hospedado en esa casa y sentía una presión adicional en todos los actos. Un día se ofreció a entregar unas tijeras a la señora Rosa y recibió una reprimenda con grito incluido, ¡¡ no me la entregues así ¡¡. Las tijeras se deben entregar con el mango hacia el receptor porque si se entrega por las puntas significa inexorablemente que vamos a pelear este día. Y Luis iba aprendiendo y decía mi vida transcurría sin estas angustias es decir sin adrenalina, me he perdido casi todas las emociones. Que estúpido. Otro día estaba ayudando a limpiar la mesa de comer y botó un poquito de sal, que estaba sobre el mantel, al piso para poder barrer todo. Y la señora Rosa gritó, ¡¡ No ¡¡ no me votes la sal al suelo porque si no me echas la mala suerte a mi casa.
Cada día era una nueva enseñanza. En esa casa y en el mundo había un orden impredecible pero que Luis poco a poco fue descubriendo. Y así aprendió algo utilísimo, que es de mala suerte comprar agujas después de las seis de la tarde por ejemplo.
Y la mayor lección para su vida fue que era imprescindible estar bien con Dios y con el Diablo. No tienes pierde. Ibas a las procesiones y creías fervientemente en el horóscopo, ibas a las fiestas patronales a libar licor delante de los santitos, lo cual no era pecado. Luis decía, si yo me voy a emborrachar pongo una efigie de Satanás pues y así no le falto el respeto a nadie. Pero él no entendía como se embriagaban hasta morir delante de los santitos.
Viajabas en peregrinación a la visitar la Santisisisisisíma Cruz de Motupe e ibas de rodillas por lo menos 10 cuadras hasta el camino del santuario y le pedías a la Cruz encarecidamente que te de dinero en abundancia (miles de dólares) y la cruz te lo daba. Lo máximo, la vida era así, la voz era creer en todo, si solo eres partidario de Dios no pasa nada, estás muerto.
Una vez la matriarca de la casa se despertó un domingo y vieron en su rostro un evangelio de interrogación. Se guardó un silencio expectante, reverente. Los pulsos se agitaron se temía lo peor. La matriarca caminó y antes de que le preguntaran que sucedía, pronunció unas sagradas palabras que deberían quedar grabadas en la antología de frases que cambiaron al mundo:"hoy día va a suceder algo".
Luis dijo, ¡¡ pero claro ¡¡, si últimamente no ha acontecido nada, como no se nos ocurrió. Solo la mente privilegiada de doña Elvira puede habernos prevenido de esto. Es nuestra maestra y guía.
Y en los siguientes días se cayó un avión, atentaron contra el Papa, continuó la guerra en Irán, ganó la U de Lima al Peñarol de Uruguay, vino Nicola di Bari al Perú, se estrenó La fiesta Inolvidable con Peter Sellers, seguimos en la universidad, y pasaron los días. Por supuesto los habitantes de la casa de Delfos le echaron la culpa a su vaticinio de la semidesgracia del Santo Padre y con ello la fama de pitonisa de doña Elvira se acrecentó.
Y Luis, en particular agradeció el gesto de la matriarca de habernos prevenido con sus luminosas palabras, de ese cambio trascendental que ocurrió en el mundo. No se lo contaron, él fue un testigo de excepción. Estuvimos advertidos.

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